Entre dos raros destinos
Brighton fue nuestro refugio:
un palacio junto al mar,
el agua verde y fecunda,
el paseo abierto sobre
tablas y hierro forjado,
luz de cobre en los despojos,
piedra vieja que fatiga
y recubre los bancales.
Has visto esa arquitectura
fundada sobre el vacío,
un trozo de tierra firme
en la claridad del miedo;
paseas cada mañana
pendiente de un hilo, sola
en la escollera, y a veces
te asusta tanta amenaza,
las olas turbias, el mar
infatigable, acosándonos,
entrando en nuestra existencia
con mano fría y voluble.
Cuando regresas a casa
el fuego que he preparado
arde entre mis manos ávidas
y así pasamos las horas
librados a nuestros cuerpos,
nos buscamos en el otro.
Nuestro deseo revive
en esa tierra de nadie.