13.10.09

tiempo nublado

Hace calor y sin embargo llueve,
serenamente llueve,
una lluvia muy fina que impregna ropas y esperanzas,
hija cortés del bochorno y la bruma.
Caminas junto a un mar ensombrecido,
como de plata rayada por la luz,
y te duele la pesantez del aire,
el modo en que recubre tus sentidos
con su inercia palpable.
No hay nada que decir,
nada con qué decirlo. Pasear
bajo esta leve urdimbre de la lluvia
es ver cerrados los caminos,
vencida toda fuga,
volver sobre uno mismo
con la mísera fe de quien nada comprende.
Un charco de gaviotas
alumbra tibiamente los bajíos.
Con sus blancas jorobas
y su densa quietud
tienen algo de hongos, o de monjes orantes,
dueños de una paciencia que no conoces.
Has vuelto a la ciudad donde naciste,
a las calles que fueron laberinto,
anillos de un hastío irrevocable,
y otra vez se disuelve el tiempo,
se rompen las costuras de un paisaje
que entrega su revés inalterado.
El olor del salitre y de las algas
es uno con el agua,
con el ácido aliento del bochorno,
con tus ojos que vagan
en busca de asidero,
de un anclaje que ignore
tanta disolución.
            Miras
brillar la orilla, el agua retirarse
dejando estrías en la arena,
tranquilas venas relucientes.
Al fondo, una gaviota picotea la espuma,
gira sobre sí misma entre dos transparencias.
Hace calor y sin embargo llueve,
serenamente llueve,
una lluvia muy fina que impregna ropas y esperanzas.
Todo germina en la humedad
menos tu pensamiento.