7.10.09

refugio antiguo

Como ahora, los ojos
se abrazaban al tejo abrumador
y bebían, con avidez
que tal vez fuera miedo
–un síntoma del miedo–,
del negro impenetrable de su tronco.
En la quietud de araña del ramaje
hallaban el alivio pasajero
que la nieve y su mica les negaba,
la nieve y su blancura ufana,
la nieve y su distancia sin caminos.
Entonces, como ahora,
la forma era un refugio,
un paso hacia el sentido o su ilusión.
No el parque con sus setos hambrientos,
no el estanque varado entre desechos y hojas pálidas:
la silueta tenaz de un árbol solo,
que nada turba.
Su rigor me visita algunas tardes,
como entonces,
con su complicidad de faro antiguo:
es la sombra que insinúa una frase,
el ovillo que muestra, tembloroso y reptante,
lo que de mí no atisbo.
Acudo a él para cruzar, a su dictado,
el blanco de esta página y las que vendrán,
los días y las noches que son nieve y son frío
y son un libro intacto
donde el tejo escribe conmigo, para mí.