10.9.09

mayo

… and in their branching veins
the eloquent blood told an ineffable tale.

P. B. Shelley

Con sus garfios de lluvia densa y súbita
la tormenta rompió sobre las calles
y puso en vilo el vuelo del gorrión,
la trama sensitiva de la tarde.
Mueve ahora los árboles un viento
bufante, impredecible, que golpea
la ventana entreabierta y clava en mí
su tierno arpón de aromas. Cae el agua,
cae pesadamente con sus limos
que arrastran otra vez tanta fatiga,
y hasta el alféizar donde me demoro
sube el espectro de la tierra húmeda,
su aliento inquisitivo de metales.
¿Qué vienes a decirme, bruma lábil
que invades el salón con tus tentáculos
de oscura primavera, dibujando
sobre mi carne una intuición de herrumbre,
un frescor exhumado que la salva
de su acritud, de su sonambulismo?
¿Qué persigues con tus palabras ávidas,
penumbra que despierta y me despierta,
fosa opulenta al centro de esta hora?
Abajo, sin respuesta, pasan coches,
se mecen discordantes las acacias
sembrando de racimos el asfalto,
el negro escandaloso de otro cielo.
(Lo oscuro está preñado de materia,
de una espera que vive y se desvive
bajo las formas grávidas del tiempo.)
La tarde es inminencia, cuerpo alerta.
Oigo crujir las ramas vulnerables
y otro árbol se mece en mí, plegado
al incierto engranaje del asombro,
con su aire que empuja y desordena
las ramas de mi sangre, de esta sangre
elocuente que vuelve a desgranar
para el único espectador que soy
su recuento indecible.