La clara luz de enero, tan rasante,
ha dado con el hueso de las formas.
Esta marina es ya mi calavera:
espuma y plomo, médanos sin nadie,
la monda desazón de las gaviotas
peinando los pedreros y los muelles.
Converso cara a cara con el mundo
y sus cuencas vacías me interrogan:
esperan las palabras que no sé,
la huella que reservo a tantos días.
Me planto en lo que veo y se deshace;
es cuerpo muerto, muerte que me ausculta.
La clara luz de enero, tan inmóvil,
confirma la osamenta de esta hora.