23.9.09

sylvia plath

I. McLean Hospital (1953)

Puedo sentir el mar, o un fondo de campanas.
El ruido de gaviotas me reconforta, alivia
mis ataques. De vez en cuando una enfermera

ajusta la almohada o remete las sábanas
hasta que siento un peso en mi barbilla
y no hay frío. Los gritos que escucho en la distancia

son eco y droga. Me visitan madres, parientes,
pero me canso pronto y ellos dudan. Los días
sisean como ancianas y un instinto de sol

agita las cortinas: es agrio como el alma,
y desmedido, y turbio. Hay una hoja al pairo
en mis venas, y cada noche se abre camino

hasta el nudo preciso de mi piel. Y si atiendo
siento el rumor del agua y de una quilla
surcando el oleaje de la lengua.


II. Court Green, Devon (1962)

La luna invariable. Una tierra como de amanecida al final de la tarde donde se decantan las luces, el cristal húmedo de los campos, el olmo oscuro y viejo cerca del huerto. Da de comer a los niños, dirige sus últimas instrucciones a la niñera, se encierra en su cuarto. Todavía es pronto. Pese a que el día dura hoy más de lo preciso, siente la voluntad de la escritura como una tabla salvadora. Las cartas de su madre, amontonadas en un extremo del escritorio, abiertas con prisa, exigen una respuesta que se hace cada noche más cuesta arriba. El olor de la hierba, de la madera que cubre el techo, la luz desflecada en los visillos, a veces el llanto de Nicholas, la voz de la niñera intentando calmarlo.

Las cartas, sin embargo, traslucen una dicha que no siente, que le es extraña, una actuación a la que asiste incrédula pero a la que se entrega en cuerpo y alma; una forma de ocultar heridas. Su madre no es capaz de tomarla en serio; eso lo sabe bien. Más aun: no dejará que su hija se tome en serio. Ha hecho del orgullo su principal arma, un orgullo que a menudo deriva en inconsciencia, que basa toda su fuerza en la negación, en un desprecio casi aristocrático de las cosas: no hay que nombrarlas, sólo una curiosidad enfermiza se demora en ellas. Sylvia responde sin prisas y luego anota en su diario: Hoy llegó la colmena. Apenas tiempo para verla, pero la idea es trabajar mañana. Carta a mi madre, cada vez con menos ganas. Llueve, pero ha remitido el frío. Luego, el comienzo de la anotación deriva hacia un poema: de un trazo, apenas media hora, la extrañeza de la creación, un poco de fiebre.

En cierto momento, la niñera llama a la puerta y entra preguntando por los pañales; tú le dedicas una sonrisa, detenida y absorta, igual que un autómata: como si llamaran del otro lado. Luego dobla con cuidado la carta y la introduce en un sobre; un par de correcciones finales mientras pasea por el cuarto. Echa un vistazo afuera, cierra la ventana, escucha el ruido mecánico de los grillos. Ordena su mesa; cuando reciba esta carta, piensa.