21.10.09

agosto

es tierra de nadie entre dos frentes:
el sol como una piedra encandecida,
el hierro del calor sobre los párpados.

Andamos por aceras destellantes
con palabras que buscan un oasis,
yemas de aliento picadas por gorriones.

Nuestros pasos se duelen de su peso
bajo el cielo inflexible que rige la avenida.
No hay comienzo ni término,

sólo un tiempo cegado por la luz,
los pliegues de aire que suben del asfalto.
Si hubiera nubes, seríamos sus sombras.

19.10.09

el paseo

Arrecia en mí la vida con las primeras sombras.
Al final de la tarde, cerrados ya los libros,
cuando la luz decae anaranjada
en muros y parterres,
cuando la oscuridad de la pizarra
finge la transparencia de un espejo
que baña por igual a cuervos y gaviotas,
algo insiste en mi ánimo,
algo que azuza y dicta en mi silencio
con urgencia inequívoca.
Semejante al deseo, a su terca ceguera,
esa voz me conmina al desconcierto.
Es hora de salir,
dejando a un lado las palabras,
salvando los peldaños que conducen al mundo.
La frescura del aire de septiembre
da en mi rostro y aviva
la quietud suburbana
que he aprendido a llamar mi casa:
setos que encierran mínimos jardines,
visillos cuya tenuidad suaviza
esta fuga infinita de fachadas.
Su nada no es hostil:
más bien, mitiga el laberinto
con que la soledad nos planta cara.
La calle es una ayuda,
la escena pertinaz de mi impaciencia.
Sus porches y ventanas
donde nadie se asoma,
donde la luz indaga, oblicua,
ciñendo el revolar de los gorriones,
sirven de guía al círculo vicioso
del pensamiento. Sigo su trayecto:
el destino soy yo, la imposibilidad
de hurtarme a la conciencia que me piensa.
                               Camino,
me observo caminar
por esta red de calles en penumbra,
y vuelvo a ser el fruto
de una disociación: el gozo de vivir,
la seca lucidez que me consume.
Arriba, sobre el negro radiante de las tejas,
el cielo es un añil ultramarino.
Lo descubren mis ojos por azar,
llamados por el grito de los patos.
Inquietos, se diría que escapan de la noche.
O que corren con prisa su telón.
Su rectitud me asombra,
el fiel automatismo del instinto
apuntalando las generaciones:
son, están en su mundo,
nada puede apartarlos del centro en que respiran.
Por contraste, su sinrazón nos niega,
desmiente cuanto somos y aprendemos a ser.
La flor, el animal, son símbolos, no metas:
si crecen sin error, no es por libre albedrío.
Vira la luz a púrpura, de pronto.
Abstraído testigo de mis rondas,
me sorprendo en la orilla del pantano,
junto al puente de hierro y los laureles.
En la plata rugosa de sus aguas
mi rostro no es mi rostro
sino el de alguien, mudo,
que al mirarse me piensa.
Estoy entre dos centros, soy el tránsito
entre el gesto que es y el gesto que percibo.
En ese hueco están mis muchos tiempos,
las posibilidades de una vida,
incluso si vivir es la amargura
que anticipa su término.
Llegado a la raíz del laberinto
                      –yo mismo–,
no dudo en elegir la voz de los sentidos,
el temblor insidioso que recorre mi sangre.
En la otra orilla, un bastidor de chopos
hurta la luz final del día, y en las aguas
el viento eriza espumas fantasmales,
volutas del otoño que no llega.
Las sombras se apelmazan.
Arrecia en mí la vida y me confirma.

18.10.09

brighton

Entre dos raros destinos
Brighton fue nuestro refugio:
un palacio junto al mar,
el agua verde y fecunda,

el paseo abierto sobre
tablas y hierro forjado,
luz de cobre en los despojos,
piedra vieja que fatiga

y recubre los bancales.
Has visto esa arquitectura
fundada sobre el vacío,
un trozo de tierra firme

en la claridad del miedo;
paseas cada mañana
pendiente de un hilo, sola
en la escollera, y a veces

te asusta tanta amenaza,
las olas turbias, el mar
infatigable, acosándonos,
entrando en nuestra existencia

con mano fría y voluble.
Cuando regresas a casa
el fuego que he preparado
arde entre mis manos ávidas

y así pasamos las horas
librados a nuestros cuerpos,
nos buscamos en el otro.
Nuestro deseo revive

en esa tierra de nadie.

17.10.09

cuatro paredes

Permaneciste largo tiempo
apoyado en el quicio, y pensaste quizá
que ya nada podría defraudarte,
y que el silencio, a veces tan poco hospitalario,
habría de ayudarte al fin,
e imaginaste incluso la luna, recortada y pálida,
tendiéndote su mano en las horas difíciles.
Algo había en aquellos cuatro muros
que te hizo de nuevo contemplarlos,
y al hilo de su rara soledad
reconociste como propios
la puerta, las molduras,
el encaje sutil de las cortinas,
la opacidad ausente de los muebles
en las paredes rojas,
y algo muy misterioso al cabo que te huía,
pero que daba forma y rostro amigo
a cuanto, horas atrás, desconocieras.
Supiste entonces
que la fuente de tu inquietud, de tu sorpresa,
no era sino un abrazo, el pulso de su piel
sobre el reflejo azul de la ventana,
el aspa dulce de otras manos
al ritmo de tus manos,
las cuatro esquinas de su cuerpo.

16.10.09

palomas

Cruzan el patio las palomas.
Se cuelgan del alféizar, gorgotean,
van y vienen por la penumbra
con sus plumas raídas y su insolencia terca.
Palomas de ciudad,
vestidas del hollín que respiran,
sirvientes del tendal y la basura.
Las odio cordialmente desde mi ventana,
busco espantarlas, cuelgo plásticos,
pero es inútil.
Vuelven al poco, o nunca se marcharon,
y de nuevo me llega,
burbuja sobre el limo de las horas,
el émbolo sonoro de sus cuellos.
Algo dice, tal vez, ese discurso de una sílaba,
su gutural monotonía
poblando el patio de impaciencias.
Algo que ignoro y no puedo ignorar,
que insiste en el silencio de la casa
con tonos de reproche y desafío.
Traduzco un par de páginas, preparo café,
se demora la tarde en su grisalla
y allí las veo, necias y abstraídas,
con su grave zureo que me interroga.
Algo dicen, tal vez, que mi sombra comprende,
que mi sombra calló y ahora recuerda,
porque es suyo.

15.10.09

cuatro cuervos

I

Sombrío invierno
sin tregua: sobre la nieve
-negro cuerpo ingobernable-
despunta un cuervo.


II

No existe el cuervo
sino la nieve,
el blanco abrazo de la nieve,
la boca oscura de la nieve
y su negro idioma impronunciado.


III

Nieve, nubes, humo:
blanco sobre blanco sobre blanco;
duro lienzo
sobre bocas cerradas.
Gotas de negro,
vieja sangre,
un cuervo es dos ojos
amarrados al rostro de nada.


IV

Pero no hay cansancio
en ese cuerpo
cercado por la nieve.
No hay vejez.
Al otro lado de la muerte
no hay vejez, no,
tras la oscura divisoria.

14.10.09

entonces

Cuando el mundo se convirtió en el mundo
la luz brillaba como de costumbre
sobre un reloj indiferente,
el aire estaba lleno de comienzos
y mil veces en mil calles distintas
alguien se tropezaba en una piedra
y esa piedra le abría los ojos;
fue la ocasión que todos esperábamos
para tomar las mismas decisiones,
besar de nuevo el mismo suelo,
decir los hasta luego de anteayer;
y el rostro amado y rutinario
que fingía escuchar
o brindaba una mano distraída
volvió a apartarse antes de tiempo.
Detrás de las ventanas crecía la penumbra,
una gaviota hurgaba en la basura
y los niños jugaban casi a ciegas
ignorando los gritos de sus madres.
Era un día cualquiera en la ciudad,
con su ruido de fondo en nuestras venas
y el hollín de la noche borrando cercanías.
Quien guardó una moneda en su bolsillo
no fue más rico a la mañana.
Nada ocurrió que pueda recordarse,
ninguno de nosotros se dio cuenta
cuando el mundo se convirtió en el mundo.

13.10.09

tiempo nublado

Hace calor y sin embargo llueve,
serenamente llueve,
una lluvia muy fina que impregna ropas y esperanzas,
hija cortés del bochorno y la bruma.
Caminas junto a un mar ensombrecido,
como de plata rayada por la luz,
y te duele la pesantez del aire,
el modo en que recubre tus sentidos
con su inercia palpable.
No hay nada que decir,
nada con qué decirlo. Pasear
bajo esta leve urdimbre de la lluvia
es ver cerrados los caminos,
vencida toda fuga,
volver sobre uno mismo
con la mísera fe de quien nada comprende.
Un charco de gaviotas
alumbra tibiamente los bajíos.
Con sus blancas jorobas
y su densa quietud
tienen algo de hongos, o de monjes orantes,
dueños de una paciencia que no conoces.
Has vuelto a la ciudad donde naciste,
a las calles que fueron laberinto,
anillos de un hastío irrevocable,
y otra vez se disuelve el tiempo,
se rompen las costuras de un paisaje
que entrega su revés inalterado.
El olor del salitre y de las algas
es uno con el agua,
con el ácido aliento del bochorno,
con tus ojos que vagan
en busca de asidero,
de un anclaje que ignore
tanta disolución.
            Miras
brillar la orilla, el agua retirarse
dejando estrías en la arena,
tranquilas venas relucientes.
Al fondo, una gaviota picotea la espuma,
gira sobre sí misma entre dos transparencias.
Hace calor y sin embargo llueve,
serenamente llueve,
una lluvia muy fina que impregna ropas y esperanzas.
Todo germina en la humedad
menos tu pensamiento.

12.10.09

sapo burbuja

Así llamado por la burbuja que surge de su boca al croar, envolviéndole por entero en una gasa transparente que figura los brillos y reflejos de la luz. Cae entonces en un trance que sólo interrumpen el hambre y la oscuridad, aunque ciertas noches el resplandor lechoso de la luna llena le suscite burbujas de singulares patrones y colores, espejos tal vez de las combinaciones astrales que rigen el curso de las vidas. Tal es la creencia de los innumerables magos, brujas y adivinos que recorren los pueblos en busca de un bolsillo crédulo y se sirven de ellas para sus predicciones y engaños. Ciertos nativos de las marismas se han especializado en su captura y posterior preservación, que procuran sumergiendo sapo y burbuja en agua hirviente. Sólo cuando el sapo expira ahogado, con ojos atónitos y necios, extraen de la olla la bola de cristal donde un pequeño monstruo rugoso que nunca vislumbró su destino es llamado a predecir el ajeno.

11.10.09

águila

Te descuelgas veloz sobre tu presa
con doble garra inquisidora: emblema
de la muerte más vivo que la vida.

Rueda por la pendiente el cuerpo grave
y su estrella de sangre te gobierna,
imán hacia la nada que has creado.

Qué palpable su ley. Madeja inerte,
la víctima que clavas a tu vuelo
te hace más débil un instante. ¿Caes

o finges con astucia tu caída
para elegir corriente, plano, estela?
Sólo existes, voraz, en lo que alcanzas.

Eres aire, y el aire te rehace.

10.10.09

saludo

Y tú, vida que empiezas,
no digas nada aún:
crece sobre tu sangre,
se temblor y latencia.

Ciego nudo abisal,
giras en los serenos
hondones de tu madre,
en el limo imantado.

No siempre vivirás
sin tiempo, sin mirada.
Asomará tu boca
a las puertas del día.

Tu cuerpo espera y calla.
Multiplicado tacto
el de esta piel bañada.
Respiras negro, negro.

9.10.09

lugar del amor

Dí mejor un ascenso, como de peregrino,
ladera arriba, monte que no es monte
porque comulga del azul del cielo
y no siente ya el pedregal
que confirma sus pasos, terco ascenso en volandas
sobre la quemazón de brezo y turba,
y allí en la cima el templo, guía y razón del viaje,
sin capilla evidente ni suelo bendecido,
umbral de piedra y musgo gris
donde anidan el viento y la rapaz
y el pie ensaya una última pisada
antes de hollar el aire, sin rasguño ni esfuerzo,
o eso parece,
como si no atendiera,
ebrio en mitad de la nada.

8.10.09

ensayo para una huida

En esta hora dudosa que desciende
entre el azul y la ceniza,
con quietud de calina y aire
clausurado, en este jardín
de inanimadas sombras
donde la humedad sabe a tierra
y disueltos cansancios,
he dejado los ojos.

Como quien, en tierra de nadie,
acepta una tregua ficticia
y busca en el cansancio una certeza,
he mirado en penumbra
cuanto se acoge a la mirada,
cuanto sostiene inadvertido
el peso de unos ojos
que dudan e interrogan.

Conozco sus razones: son las mías.
Como yo, buscan
un espacio para el deseo,
un lugar de fugas y asombros
en la tierra de nadie
del aire. Como yo,
llegan a su destino
al demorarlo.

7.10.09

refugio antiguo

Como ahora, los ojos
se abrazaban al tejo abrumador
y bebían, con avidez
que tal vez fuera miedo
–un síntoma del miedo–,
del negro impenetrable de su tronco.
En la quietud de araña del ramaje
hallaban el alivio pasajero
que la nieve y su mica les negaba,
la nieve y su blancura ufana,
la nieve y su distancia sin caminos.
Entonces, como ahora,
la forma era un refugio,
un paso hacia el sentido o su ilusión.
No el parque con sus setos hambrientos,
no el estanque varado entre desechos y hojas pálidas:
la silueta tenaz de un árbol solo,
que nada turba.
Su rigor me visita algunas tardes,
como entonces,
con su complicidad de faro antiguo:
es la sombra que insinúa una frase,
el ovillo que muestra, tembloroso y reptante,
lo que de mí no atisbo.
Acudo a él para cruzar, a su dictado,
el blanco de esta página y las que vendrán,
los días y las noches que son nieve y son frío
y son un libro intacto
donde el tejo escribe conmigo, para mí.

6.10.09

salamandra acuática

Desde la antigüedad se tiene a la salamandra como animal mítico y espíritu elemental del fuego. Por esta razón, su significado simbólico se halla unido a este elemento, que arde en su interior y lo alimenta. Pero el fuego que devora las entrañas de la salamandra acuática es tan intenso en ocasiones que el animal ha de sumergirse en el agua para mitigar su dolor y calmar la llama que lo consume. El contacto del fuego con el agua del río despierta una densa humareda que lo delata al instante y facilita su captura por parte de los ribereños, quienes vacían sus entrañas y las utilizan para iluminarse y darse calor en las largas noches de invierno. Pero su llama es de tal limpieza y claridad que muchos se la llevan consigo al sueño, ahuyentando así los malos presagios con que los hombres se atormentan sin descanso.

5.10.09

contrapunto

Habitamos el mismo territorio
pero distintos mapas. En el tuyo
las calles son el testimonio de una escisión
y la luz brilla obscenamente
sobre las trazas de este mundo sublunar.
Hay silencio, palabras desmedidas,
el cansancio febril de la vigilia
y un animal baqueteado por el tiempo
que te brinda consuelo.
Por mi lado hay orgullos, impaciencias,
el afán de agradar y el miedo a conseguirlo;
convivo con imágenes que la palabra ha prestigiado
pero vivo a disgusto con su ambiguo sentido:
calles vacías, espejos de misántropo
y paisajes inmóviles bajo una luz postrera.
A los dos nos agota una culpa genuina
que a fuerza de insistir parece falsa,
excusa de malos pagadores.
Nuestras palabras mágicas raramente concuerdan,
tampoco los remedios de los que echamos mano
los días más pensados,
cuando vibran los nervios y la mente se enrosca
a punto de saltar sobre sí misma.
Sólo de noche, algunas veces, nuestros cuerpos
cruzan las líneas furtivamente
para firmar una tregua perpleja,
difícil,
el armisticio que es ahora nuestra vida.

4.10.09

noche de agosto

Bajo la tela de la noche
y sus linternas diminutas.
La puerta abierta.
La remetida claridad del cuarto
tras las ventanas.
La humedad en reposo de la tierra.
Y el ruido de unos pasos en la grava
que anuncian tu llegada,
tu saludo abstraído,
tu calor.

Imaginé esta escena alguna vez,
antes de conocerte:
hueco en el aire del deseo
que tú ocupaste.

¿O fue, tal vez,
que tú la imaginaste para mí,
que me diste tu anhelo antes de hallarnos
para arrimar a su temblor
la común extensión de nuestras vidas?

2.10.09

el viajero

Puso todas sus heridas en fila y echó a andar hasta salirse del mapa. Puso todas sus heridas en fila y el cielo se hizo a un lado. Puso todas sus heridas en fila y el camino descascarilló el sol y algunas estrellas.

1.10.09

de vita beata

Así las cosas,
decidió que no más,
que le bastaba el crepitar del cielo,
el hondo gris de los cañaverales.
«Los dioses se arrodillan en tu casa»,
oyó decir, y sonrió complacido.
Pájaros en la mano, el silencio de arena
de las horas, la cal embridando los ojos.
La oblea de la vida se fundía en su lengua,
en la sangre tentacular, y era un cansancio
sereno, casi experto,
la raíz de la nieve retoñada en su mano.
Todo viajaba en un carril transigente,
luces que brillan o se apagan según las horas.
Retirado en la paz de estos desiertos,
para qué libros, refutaba,
y luego: para quién.