30.9.09

preámbulos del poema

Amanece con nieve: nieve reciente, muy fina, como pelusa o polvos de talco. Ya ayer, al regresar de buena tarde a casa, el azul cobalto de un cielo sin estrellas competía con el aura anaranjada de las farolas precaria y prematuramente encendidas. Era un indicio de nieve, o la nieve misma, suspendida sin cuerpo en el aire, lluvia invisible que sólo la luz revela. Ahora descorro las cortinas y la blancura me duele en los ojos. Despierto con este resplandor acerado de un sol lejano, nítido como una hoja de afeitar, y luego, en silencio, con miedo a despertarla, desciendo a la cocina. En el jardín, la tierra húmeda asoma tímidamente entre lo blanco, y también los mínimos brotes que en este final de febrero se atreven a desafiar los últimos bandazos del invierno. No aguantará la nieve: tal vez en el jardín nos espere algún rastro esta noche, pero será la excepción. No hubo viento. Nada nos inquietó mientras dormíamos. Puedo imaginar ahora el rumor inapreciable de la nieve al caer sobre el asfalto como una música de fondo en nuestros sueños. No soñé con nieve, pero todo lo soñado se asienta en ella. Luego, cuando salga a la calle, será ese territorio el que pise, seré yo quien entre como una prolongación furtiva en mi sueño; y quien tome residencia con la primera palabra pensada o escrita sobre la nieve.

29.9.09

hamlet en la playa

La clara luz de enero, tan rasante,
ha dado con el hueso de las formas.

Esta marina es ya mi calavera:
espuma y plomo, médanos sin nadie,

la monda desazón de las gaviotas
peinando los pedreros y los muelles.

Converso cara a cara con el mundo
y sus cuencas vacías me interrogan:

esperan las palabras que no sé,
la huella que reservo a tantos días.

Me planto en lo que veo y se deshace;
es cuerpo muerto, muerte que me ausculta.

La clara luz de enero, tan inmóvil,
confirma la osamenta de esta hora.

28.9.09

cebra fantasma

Con algo de niebla marina y unas cuantas ramas de nogal nace la cebra fantasma: en los ojos espuma fría, y en las entrañas barro deshecho de las marismas. Pasta cerca de las playas, dejando un rastro de humedad. Dada su proverbial timidez, son pocos los que han conseguido verla, y de ellos menos aún sabrían describirla con precisión, pues es frágil y evanescente como el aire. Su esperanza de vida es corta: al poco tiempo entra de nuevo en la niebla que le dio cuerpo y se disuelve en ella, dejando sobre la hierba un haz de leña que los pescadores utilizan para calentarse. De noche, encienden hogueras y se envuelven en mantas, y es entonces cuando, proyectada contra la espiral de humo, se dibuja por un instante la silueta de una cebra, un fantasma inquietante que duda y tiembla –pero es el humo– antes de desvanecerse para siempre en el aire y la noche circundante.

27.9.09

julio

Hay algas en la orilla, y un sol crudo, tenaz,
lame las avenidas, abre los descampados
o se enrosca en los buenos días y los quetales
que puntean ligeros, como insectos al vuelo,
la llegada puntual de los oficinistas.
La rosa de los vientos del día, la candente
veleta del verano inicia su deriva,
se despereza y gira, gran noria bostezante,
agitando sus flecos entre sombras de asombro,
esparciendo en el aire su voz enronquecida,
y una herida de sal se insinúa en la piel
y crece hasta saciar el frescor de la noche,
como tras las pupilas un destello devuelve
otro verano antiguo, fundado en la inocencia,
más allá del recuerdo o su remedo estéril.

Julio siembra candiles que la mirada prende.

26.9.09

weather report

Ésta es la calma que ha ganado a duras penas. Alguien habla por teléfono mientras abre las hojas del balcón y mira de reojo la calle, el ir y venir de la gente bajo las acacias, el cielo pizarroso que comienza a encresparse. Se oyen voces de niños, coches que pasan con lentitud, una canción que tararea mentalmente y le ayuda a encadenar los gestos, a darles fluidez en el agua seca y polvorienta del verano. Repite frases consabidas, monosílabos que apaciguan igual que un molinillo de oraciones. De pronto, un golpe de viento cierra la puerta del despacho y unos folios caen al suelo. Sin dejar de hablar, se acerca a recogerlos y siente el frescor repentino del aire, el barrunto que aviva las hojas y pone un grumo de escarcha en la piel. Como si algo cobrara sentido en ese instante. Como si algo sucediera más acá de la tormenta o su inminencia. Pero no es nada, sólo la calma que vibra con astucia entre el rayo y su estallido, la calma que se ovilla bajo sus párpados lo mismo que un insomnio, este alambre de calma que le inquiere y le aquilata y es algo muy suyo que vuelve a conocer, que desnuda su carne bajo la sombra eléctrica.

25.9.09

la espera

La casa como un cuenco
donde limpias tu espera y tu deseo.

Se arremolina el polvo ante la puerta.

Tuya la blanca perfección del hueso.

24.9.09

vuelo antiguo

El vuelo de esta avispa
en el azul del aire, contra un fondo
de cipreses y falsas
columnas medievales, mientras Paula
desanuda con paso
azorado el jardín
y advierte fugazmente cada tronco,
la trama ensimismada
de setos y empedrados,
viene tal vez
de muy lejos, de un tiempo
anterior a los tiempos que recuerdo,
cuando el simple existir
de las cosas
se imprimía en los ojos
con limpieza, y el vuelo recto
y absorto de la avispa
era tan sólo acción y asombro,
humilde acontecer
como este fondo azul
que afirma a los cipreses
de repente crecidos,
igual que ahora Paula
con andar más tranquilo
se acerca hasta sus troncos
y levanta los brazos
(niña avispada)
respondiendo feliz a su saludo.

23.9.09

sylvia plath

I. McLean Hospital (1953)

Puedo sentir el mar, o un fondo de campanas.
El ruido de gaviotas me reconforta, alivia
mis ataques. De vez en cuando una enfermera

ajusta la almohada o remete las sábanas
hasta que siento un peso en mi barbilla
y no hay frío. Los gritos que escucho en la distancia

son eco y droga. Me visitan madres, parientes,
pero me canso pronto y ellos dudan. Los días
sisean como ancianas y un instinto de sol

agita las cortinas: es agrio como el alma,
y desmedido, y turbio. Hay una hoja al pairo
en mis venas, y cada noche se abre camino

hasta el nudo preciso de mi piel. Y si atiendo
siento el rumor del agua y de una quilla
surcando el oleaje de la lengua.


II. Court Green, Devon (1962)

La luna invariable. Una tierra como de amanecida al final de la tarde donde se decantan las luces, el cristal húmedo de los campos, el olmo oscuro y viejo cerca del huerto. Da de comer a los niños, dirige sus últimas instrucciones a la niñera, se encierra en su cuarto. Todavía es pronto. Pese a que el día dura hoy más de lo preciso, siente la voluntad de la escritura como una tabla salvadora. Las cartas de su madre, amontonadas en un extremo del escritorio, abiertas con prisa, exigen una respuesta que se hace cada noche más cuesta arriba. El olor de la hierba, de la madera que cubre el techo, la luz desflecada en los visillos, a veces el llanto de Nicholas, la voz de la niñera intentando calmarlo.

Las cartas, sin embargo, traslucen una dicha que no siente, que le es extraña, una actuación a la que asiste incrédula pero a la que se entrega en cuerpo y alma; una forma de ocultar heridas. Su madre no es capaz de tomarla en serio; eso lo sabe bien. Más aun: no dejará que su hija se tome en serio. Ha hecho del orgullo su principal arma, un orgullo que a menudo deriva en inconsciencia, que basa toda su fuerza en la negación, en un desprecio casi aristocrático de las cosas: no hay que nombrarlas, sólo una curiosidad enfermiza se demora en ellas. Sylvia responde sin prisas y luego anota en su diario: Hoy llegó la colmena. Apenas tiempo para verla, pero la idea es trabajar mañana. Carta a mi madre, cada vez con menos ganas. Llueve, pero ha remitido el frío. Luego, el comienzo de la anotación deriva hacia un poema: de un trazo, apenas media hora, la extrañeza de la creación, un poco de fiebre.

En cierto momento, la niñera llama a la puerta y entra preguntando por los pañales; tú le dedicas una sonrisa, detenida y absorta, igual que un autómata: como si llamaran del otro lado. Luego dobla con cuidado la carta y la introduce en un sobre; un par de correcciones finales mientras pasea por el cuarto. Echa un vistazo afuera, cierra la ventana, escucha el ruido mecánico de los grillos. Ordena su mesa; cuando reciba esta carta, piensa.

22.9.09

en blanco

¿De qué palabras,
de qué

desnudo ocasional serás privado
cuando el tiempo del esplendor remita,

cuando pasión y oficio
se nieguen sin afán

sobre las sábanas gastadas
de los días?

¿De qué sentido,
de qué temblor profundo

serás privado
en la vejez angosta del disfraz,

asombrado de verte así,
envuelto en la renuncia,

sin luz que te desnude
ante el franco impudor de tu deseo,

vestido al fin para la muerte?

21.9.09

en la terraza

Un día más, cautivo del reloj,
madura el escenario de la tarde,
su armoniosa maraña
(tejados y jardines, el curso del canal
con árboles al fondo,
el parque abandonado)
que implica al que lo mira
en un mapa de ausencias,
donde ceden las formas
al lento escamoteo de sí mismas.
En la frontera ingrávida
que junta día y noche, lo que existe
juega a la inexistencia,
se aventura, tal vez, en el camino
de su disolución. Es una disciplina,
un trato entre el mirar y lo mirado.
Todo aparenta, entonces,
aligerarse, como si en la sombra
latiera aún la levedad del tránsito,
el vuelo irreversible de la luz.
Al fondo, adormecida, la arboleda
destila una vez más esa humedad
que desdibuja el mundo:
coronando sus copas
vuelan los estorninos, se detiene la brisa,
el cielo es un estuario amoratado
que fluye hacia la noche. Todo calla
bajo la fiel marea de la desposesión.
Y éste que ahora se asoma a la terraza,
llevado de la intriga y el asombro,
sabe que en su interior
vuelve a brotar la luz, indescifrable,
lección de permanencia
que enciende la memoria
al apagar el mundo.

20.9.09

canción de tormenta

Escucha el ulular del viento contra el muro;
la hiedra, las acacias baten la piedra sin descanso
y dividen el tiempo como tiernas cuchillas.
Yo te he visto en los intervalos: la luz
a rachas alumbraba tu rostro en la tormenta.
Eras tú y no eras: pues en la oscuridad
yo te llamaba y tú me respondías,
y también era tuya esa negrura,
tuya como el eco absurdo del viento.

19.9.09

tigre blanco

Variedad de tigre noctámbulo cuya piel, a lo largo de generaciones, ha palidecido a la luz de la luna. El color resultante, de un blanco fosforescente en noches de claridad, le rodea de un aura de terror irresistible a ojos de sus víctimas. En los ejemplares más recientes, las rayas negras que cruzaban su piel acaban por desprenderse, desprovistas del ancla del color. Con ellas construyen jaulas para sus presas, a las que durante noches someten a la acción de la luna, pues temen indigestarse con el exceso de color.

18.9.09

constatación del miedo

Torvo y locuaz a un tiempo,
el vuelo de estos cuervos
que niegan cielos y jardines
en la fría mañana de febrero
tiene tono y dicción de alegoría
o precisa metáfora del miedo
mientras la página desnuda
confirma mi impotencia.
                  Nada tengo,
no hay cielo ni jardín ante los ojos
que conduzca al relato minucioso
de asombros y alegrías. Sólo
el vuelo de estos cuervos
(su sombra como un mal presagio)
podría llevarme a escribir
lo que su vuelo espanta con violencia:
prisionero de antiguas dejaciones,
el temor es mi asunto y mi silencio.

17.9.09

febrero y parque

La mañana es un parque de paso
con palomas en corro y bancos impasibles,
el lugar de la sombra y sus placas de frío,
el tiempo de la urgencia y sus tercos atajos.
Parque urbano, modesto,
que ofrece su hormigón y sus parterres
para que nadie se demore,
que congrega vientos y gabardinas
en su largo transcurso a ningún sitio,
echa en falta la luz,
el calor de la luz,
tal vez un rostro que la acoja y multiplique.
Aguardando tenaz el mediodía,
siente que el tiempo no le ayuda,
que todo llega tarde y sin fragancia:
le abruman las fachadas,
su almenar desdeñoso,
el brillo de mercurio de tantos ventanales
que son un mismo azogue impenetrable.
Ya el parque se lamenta, taciturno,
agrisando sus setos y sus charcos,
hostil con los tres viejos
que conversan sin prisa, sin palabras.
No advierte, arriba, el ápice del sol
en los tejados encendidos,
la blanca medialuna que viene a reanimarle.
Su despecho es un sueño terminal
de sombras que se abrazan bajo un sol agotado
y nubes que desvelan las altas cristaleras.

16.9.09

despojos

La luz de media tarde entre la hiedra,
la lumbre inextinguible de algún sueño,
el niño que se ahoga de risa en su columpio,

el temblor repentino de tus muslos,
el calor que insinúan tus mejillas
al despertarte embriagada de sueño,

respirar el vaho gris de la escarcha,
jugar al abandono en estas calles
donde la claridad nos perfila extranjeros,

el cielo como un largo balbuceo de azul,
las tormentas de julio, tan veloces,
el aroma dulzón del descampado…

Cuánto nos pertenece, sin que importe escribirlo.

15.9.09

una vida

1. Aquí y ahora. Sin remedio. Ciegos embates.

2. Nació con sendas frases grabadas en las palmas de sus manos. La frase de la mano izquierda estaba escrita del derecho; la frase de la diestra, del revés. Cuando doblaba una de sus manos en un puño la palma de la otra resplandecía.

3. Escogido al azar. Inseguro y mudable. Filamento de sangre, breve como el caer de una hoja.

4. Ella era una extensión de su cuerpo. Ella era el límite absoluto de su cuerpo. Cara y cruz, moneda tácita para entrar al mundo.

5. Niño incierto. Se mojaba los pies en el agua, tímidamente. Cada vez que reía, una extensa marea bañaba el arrecife de las horas.

6. Las cosas no eran lo que parecían. Quiso ayudarlas.

7. Animales a cada instante, comiendo de su mano. Allá lejos, la eternidad. Un cielo en el que siempre ocurren maravillas, un rostro que le observa y al que dice palabras. Grandes olas golpean la playa y él escucha el latir de su sangre, rotundo y sin sentido.

8. Todo era difícil. Tenía que pararse antes de hablar. Tenía que callar antes de alzar el vuelo.

9. Este pensar haciendo lazadas en el vacío. Este pensar pisando las aguas del lago. La bella ingravidez.

10. Celebró su mayoría de edad viendo pasar las nubes. No logró distinguir ninguna forma.

11. Alguien quería convencerle de lo contrario. Se dejó cortejar.

12. Procesiones de hormigas recogían sus frases y las partían en dos y en tres. Cada cual escogía su preferida, se la llevaba a casa entre los dientes, la edulcoraba con salivas nocturnas, la hiel de las sospechas.

13. El camino se hallaba atravesado por puentes que iban y venían en todas direcciones, y eran mujeres arqueadas en las posturas más disímiles, desnudas, mostrando con orgullo la penumbra imantada de sus sexos.

14. Si tan sólo pudiera detenerse. Si tan sólo pudiera tener, pájaro palpitante, el tiempo entre sus manos.

15. La cabeza en las nubes. Libros bien ordenados en las estanterías. El acordeón del sexo animando las horas, sus sístoles y diástoles. Corazón prevenido.

16. Los fantasmas roían la ciudad y no había lugar para los vivos. Tocó madera. Comió sin continencia.

17. Nubes de polen a la luz oblicua de la tarde. Un aire sutil mueve las acacias y despierta retinas, vislumbres, lujurias tardías. Tú eres mi sueño, verde sueño de existencia, frágil pero perdurable.

18. Ser invisible no es tan arduo, pensó. Caminar por el parque y que hasta las raíces parezcan apartarse. Los niños me atraviesan con sus juegos. Las mujeres están cansadas de sus padres. Soy un puñado de ceniza que espera un viento favorable. Soy la mano escogida para aventarme.

19. Para qué la imaginación. Los monstruos se volvieron demasiado reales.

20. Lo primero que vio fue un parpadeo, los dos lingotes de sus torres centelleando al sol. La ciudad prometida. Al principio no quiso verla. Todo inmenso, irreal como un burdo espejismo. Sólo sus pasos no decían mentira. Sólo sus pasos le condenaban.

21. Ciegos embates. Sin remedio. Aquí y ahora. Al fin.

22. Nada ocurrió. Nada dejó nunca de ocurrir.

14.9.09

escorpión blanco

Habitante solitario de los cementerios de marfil y huesos encanecidos que puntean las lindes de la jungla, este pequeño escorpión del color de la leche cumple con serena eficiencia su trabajo de verdugo de los viejos elefantes que han venido a morir, no menos serenamente, al templo de sus antepasados. Su pinchazo es indoloro pero mortal, con frecuencia ayudado por la debilidad y el cansancio de sus víctimas. Convive en frágil armonía con los buitres y cuervos que sobrevuelan ansiosos las grandes osamentas, pero no los teme: inicia lo que ellos completan y vive de los restos que dejan. Su veneno es la destilación de la carne que deshace bajo los huesos en apariencia limpios y su hogar la penumbra de las pocas raíces que surgen al aire, pero su blancura, según dicen las leyendas nativas, tiene otro origen: es la blancura de un hueso que no se resignó a su fin y resucitó con nueva forma, la palidez secreta de lo que busca regresar al tiempo y es sólo, sin saberlo, un enviado de la muerte.

13.9.09

árbol

Abro la puerta, y el olor del agua
al horadar la tierra entra en la sala:
lento vapor que liga el aire y deja
una semilla de alegría
en la piel:
        pasan las horas,
la lluvia no remite,
la semilla se ha vuelto tallo
y se enrosca en torno a mi cuerpo;
afuera llueve, pero un sol se alza
ante mis ojos, que ya olvidan
el gris vencido de la lluvia:

árbol que ofrece luz, no sombra,
bajo sus ramas
sonrío, sin saber por qué sonrío.

12.9.09

blue hotel

Al hilo de la siesta las callejas se adensan
en un silencio impenetrable; es entonces
cuando, en este verano solícito, la luz
ensaya su apariencia más palpable
y gravita tenaz sobre el asfalto,
confirma las virtudes del sosiego.
Crecen en esta hora extrañas formas
de la belleza: el fardo demudado del aire,
la quietud de metal de las ramas, la terca
grisalla de estos muros que la hierba puntea.
Miro el conjunto con desgana
desde el abrigo fiel de nuestro cuarto
y me miro igualmente a su través:
apenas una sombra en el cristal,
un súbito estremecimiento,
este molino en la cabeza
que me recuerda el tiempo transcurrido.
Tendida entre las sábanas, casi desnuda,
te desperezas vacilante,
con gestos tan fingidos que tú misma sonríes.
Tomo conciencia entonces de mi cuerpo
y me aguija esta rara semejanza
con las cosas que ahora nos rodean:
así las calles o mi cuerpo, tanto da,
la gris materia inerte
a manos de la luz o en tus manos de luz,
lo que espera a vivir, y a vivir con violencia,
en el seguro pálpito que envuelve y enardece.

11.9.09

herida

Mira bien lo que dices,
el húmedo algodón,
la gasa carmesí donde se aquietan
los bríos de otro tiempo, el terco azar.

Esto que ha muerto es el reflejo
donde dura tu vida.
Esto que ha muerto,
sangre parada sobre blanco.

Perfecta conclusión
que no concluye,
dice lo que hay en ti de sordomudo,

lo íntimo de ti que no sabías
y duele al desplegarlo, frágil,
como una herida.

10.9.09

mayo

… and in their branching veins
the eloquent blood told an ineffable tale.

P. B. Shelley

Con sus garfios de lluvia densa y súbita
la tormenta rompió sobre las calles
y puso en vilo el vuelo del gorrión,
la trama sensitiva de la tarde.
Mueve ahora los árboles un viento
bufante, impredecible, que golpea
la ventana entreabierta y clava en mí
su tierno arpón de aromas. Cae el agua,
cae pesadamente con sus limos
que arrastran otra vez tanta fatiga,
y hasta el alféizar donde me demoro
sube el espectro de la tierra húmeda,
su aliento inquisitivo de metales.
¿Qué vienes a decirme, bruma lábil
que invades el salón con tus tentáculos
de oscura primavera, dibujando
sobre mi carne una intuición de herrumbre,
un frescor exhumado que la salva
de su acritud, de su sonambulismo?
¿Qué persigues con tus palabras ávidas,
penumbra que despierta y me despierta,
fosa opulenta al centro de esta hora?
Abajo, sin respuesta, pasan coches,
se mecen discordantes las acacias
sembrando de racimos el asfalto,
el negro escandaloso de otro cielo.
(Lo oscuro está preñado de materia,
de una espera que vive y se desvive
bajo las formas grávidas del tiempo.)
La tarde es inminencia, cuerpo alerta.
Oigo crujir las ramas vulnerables
y otro árbol se mece en mí, plegado
al incierto engranaje del asombro,
con su aire que empuja y desordena
las ramas de mi sangre, de esta sangre
elocuente que vuelve a desgranar
para el único espectador que soy
su recuento indecible.

9.9.09

plegaria

Río del corazón, deja mi cuerpo
y enhébrate a la tierra,
da nombre a las regiones que no he de atravesar,
sacia la sed de las mujeres con las que sueño.
Río incesante, funda ciudades míticas
y fluye bajo puentes que la peste asedió,
toldos de mercaderes y pícaros sin suerte.
Lame los pergaminos, tiembla entre líneas,
alumbra las pupilas de severos doctores.
Que los niños tiznados te frecuenten
y las sirvientas te confíen su desamparo.
Río del corazón, puebla la tierra, puebla los tiempos,
háblanos sin descanso del vivir y el morir.

8.9.09

regreso a sheffield

Bajo el cielo arrasado

de febrero, contempla
con los ojos de entonces
esta ciudad de nieve

y tercas ruinas, mira
con antigua inocencia
lo que ahora es costumbre,

agostada presencia,
luz fría bajo el cielo
arrasado de invierno.

Quién regresa, qué buscas
con inquietud cansada
en las calles sin nadie

si todo prendió fuego,
ardió en la hoguera negra
de la palabra. Llama

que fue deseo, nada
te queda de aquel tiempo:
letra muerta, aridez,

desnutrido fulgor
que los ojos remedan
esperando un sentido.

No hay regreso posible.
Tu ciudad ya no existe.
¿Existió alguna vez?

Conocías sus calles
pues nacieron en ti.
Tu ciudad era espejo

donde lentas palabras
te miraron mirándola:
blanco espejo empañado

de tu aliento. Extranjero
entre sombras, tú vuelves
para no verte, niegas

tu antigua voz. Borrada
inocencia, febrero
es silencio en tus labios,

luz arrasada, muda
ciudad inexistente.

7.9.09

puma estrellado

En noches de oscuridad cerrada esta variedad de puma salvaje se ilumina como un firmamento de estrellas diminutas, límpidas como alfileres. Su piel es un trozo de cielo y en ella, como en todos los cielos, es posible leer astros, planetas, cometas, galaxias, la Vía Láctea en todo su esplendor. Mas también, como en todos los cielos, es posible leer a su través, más allá del firmamento, en las regiones inéditas donde el vacío es rey, donde el silencio gobierna entre frío y polvo estéril, donde –intruso en una tierra que desconoce– no hay lugar para el hombre y sus leyes.

6.9.09

otros inviernos

Huraña luz de enero, aún recuerdo
tu resplandor sin nadie,
el frío del azul en la garganta,
el aliento helador con que el silencio
salía a recibirnos,
la equívoca extensión del alba
camino de la escuela y el desmonte,
entre zanjas y charcos al azar
que contenían otro cielo
hecho de fugas, ráfagas, reflejos,
como un río se esconde bajo tierra
y la cruza o devora,
aguas de claridad tumultuosa,
secretas desazones que atraviesan los años
y bañan, emergidas, otro enero, otro invierno,
mientras vago sin rumbo
por las calles de Sheffield, y descubro,
o creo descubrir,
bajo la tela cárdena del día,
la misma luz, la misma sombra huraña,
como una geometría
de aristas y vacíos que ordenara
el ladrillo locuaz de las fachadas,
el hormigón cubierto de verdín de los muros,
el asfalto de los aparcamientos
donde pasea el niño que fui, que soy aún,
rumbo a no sé qué escuela
de la que nadie nunca me avisara.

4.9.09

revés del asombro

No hay tiempo en el instante del asombro
sino el cruce tal vez de muchos tiempos,
baraja ensimismada en un abismo
con fondo en el imán de lo indecible.
Hacia esa lumbre miran tus palabras.
Hacia esa tea que sostiene, alerta,
el ávido crupier de los sentidos.

Desenreda sus hilos el instante:
la ingrávida sorpresa, el resplandor,
la feliz aprensión con que una puerta
invita a completar nuestra existencia…
Ignoras que esa luz no te consiente.
Tiempo palpable en el umbral incierto,
tu afán es un enjambre de palabras
que esculpen en el aire su derrota.

3.9.09

biografía

Van Gogh las luces de un prostíbulo olvidado
que a nada conducen sino a la muerte qué suspiro la muerte
él esparce trementina sobre las telas profanadas detrás una cuchilla
implacable surcó la oreja elegida por la locura París los tilos
en el parque abrazando un sol derramado a cada instante
de fatiga se te va la vista poco a poco de hecho
hace ya tiempo que te dejaron los amigos también
los francos hace daño pensar en un cielo así ahí arriba
o en el sol o en un campo de trigo fulminado por el sueño divino
qué maldición han debido de trazar mis dedos Señor y tú tú
apenas una sombra al otro lado del espejo se nos va el demonio
se nos va el demonio y la luz pero crece otra no sé dónde
hay en tus ojos brasas extinguidas fíjate
una pistola suena en el vacío del hotel y tensa en un arco
la muerte en un segundo el doctor palpó con invisible gesto
el pecho del paciente qué débil suspiro la muerte en el suelo
el cuerpo del pintor yace inerme

2.9.09

suceso

No estábamos allí cuando ocurrió.
Íbamos de camino a otra ciudad,
otra vida,
bajo un cielo cambiante que se movía con nosotros.
Cruzamos campos verdes, amarillos,
pueblos de gente suspicaz y cuervos impasibles,
y ni una vez echamos a faltar nuestra casa
o sentimos nostalgia del pasado.
Así era el viaje:
por la noche silencio,
a la mañana niebla.
Una vez encontré un botón de hojalata en el bolsillo
y jugué a sostenerlo bajo el sol,
arrojando destellos a las altas espigas.
Luego fue una moneda usada
y tuvimos el paso franco en todos los controles.
Las llanuras de Europa son testigo.
Ellas saben también que algo ocurrió,
aunque nunca lo viéramos.
Íbamos de camino a otro país,
otra vida,
sin bultos estridentes,
sin espacio para el recuerdo.
Todo cedía a nuestra espalda,
ahora silencio y luego niebla.

1.9.09

urraca tejedora

Cae la tarde y las urracas pueblan el aire con su indescifrable coreografía: una trenza de hilos negros y blancos que vela o resalta la luz, según el dictado de sus alas y el deseo de quien las mira tras la ventana. En esa red que filtra el último resplandor del día brillan unas pocas formas, las que merecen salvarse y que las urracas esconden luego en sus nidos, como joyas baratas o cuentas de vidrio. En esos nidos están nuestras memorias, las palabras que dijimos y nos dijeron, los gestos que resumen nuestro tiempo, en esos nidos que sólo descubriremos cuando sea tarde y nada importen la luz, la noche inminente, lo que fuimos.