31.8.09

en el cerro

Se enturbia la mirada, y el aire de la tarde
humea como brasa contra un fondo
de velas sopladas y espuma rota.
El mar es la respiración, la espera.

Tomadas por el grueso sol de agosto,
las rocas se deslizan hasta el agua.
Un charco se consume entre destellos.
La sal brilla en los flancos chorreantes.

Verano, en tu temblor enceguecido
aprendo la constancia del azul.
Bajo el vuelo tenaz de las gaviotas,
soy uno con el tiempo del agua remansada.

30.8.09

belfast, julio 1988

Hiere el sol
como un puñado de alfileres rotos:
la mañana es aquí, según vieja costumbre,
un fiel presentimiento de neblina
o una música ciega
que dice provenir del norte.
En algún sitio hay gente que oye misa
o entona dulces cantos de batalla
a un dios equivocado.
Entretanto, compruebo signos,
indicios tópicos y bien visibles
que hablan de una existencia sórdida:
tras los muros pintados
los escombros ocultan el hogar de otro tiempo:
los relojes del té, la cerámica ajada,
la gravedad del tiempo
en viejas fotos de marinos.
Es aquí, como de costumbre, el miedo,
la lengua en cal viva de la mañana,
este huraño sometimiento
que dibujan los lechos y las sílabas.
A su borrada luz,
me cuesta imaginar otro silencio
para la muerte.

29.8.09

el esperado

El tiempo ayuda al mito de lo que no sucede.
Él vendrá o ha venido, no se sabe a fe cierta,
abundan los rumores mas no hay pruebas,
pudo ser aquel viejo de la capa raída
o el callado extranjero que no salió del cuarto
durante días, ¿quién podría asegurarlo?
Mejor no decir nada, mantener la vigilia,
dar órdenes precisas a guardias y aduaneros,
dibujar en el sueño el rostro de quien nunca
dio señales de vida ni declaró su nombre,
en la espera y deseo de que alguna mañana
se anuncie en una vuelta del camino,
incorpore su rostro a nuestro asombro
tan sólo por hallar a sus creadores,
por saber que fue cierta nuestra imaginación.

28.8.09

albada

Y luego, a medianoche, mientras descendíamos
al valle llameante de Gijón,
a sus negros y carmesíes…


Seamus Heaney

Cruzo entre naves industriales
y en el coche suena un canto hindú,
una plegaria, dijo el locutor,
Plegaria del amor universal,
el hilo de la voz abriendo el aire
en un ir y venir que se ensortija.

Ocho de la mañana,
una penumbra pálida
flota sobre las torres, los rieles, los talleres,
el ojo que vislumbra y discrimina,
la mano que conduce entre el cansancio universal
y ha olvidado escribir lo que no sabe.
Amanece despacio y con rencor,
a la espera de un tiempo de certezas,
el horario y su collar de nichos.
De nuevo el parpadeo de unos faros
me acompaña camino del trabajo,
hacia la negación que me alimenta.
Todo esto ya ha ocurrido, o volverá a ocurrir,
la noria gira al paso de una sombra
y esa sombra soy yo, tiene mi nombre,
me esconde o me suplanta:
la conozco en que sólo conoce lo inmediato,
lo que puede decirse o está dicho,
lo que prende a este lado de las cosas.

La mañana confirma otras mañanas,
reiterada y tenaz gira la noria
meciendo cada glóbulo de sangre,
los humores más nimios,
pero ya sin aviso el aire, como un genio solícito,
descuelga ante mis ojos
un cabo de plegaria, la cuerda de su canto
para que yo la atrape, me eleve sobre el día,
presida la extensión desangelada
que tampoco la distancia redime.
Es acaso una liana pendiente de las nubes,
la costura visible de este mundo
que desaprueba nuestro afán
y busca cómplices entre los desafectos:
mi golpe de muñeca
parece contentarla.

Canto sinuoso, monocorde,
que me lleva en volandas sobre la tierra,
apenas creo en él pero lo acepto,
acepto la verdad de su acontecer simple,
el pulso que me abstrae del presente
y sabe despertarme a lo que ignoro,
ese tiempo sin tiempo que las cosas esconden
con un celo de ramas que se apartan,
la médula de un mundo bien plantado
que ausculta mi presencia y me abre paso.

27.8.09

epílogo

Están sobre las sábanas,
inciertos,
desarbolados,
con su pose como de trapo. Una vez
giraron con violencia hasta hacerse invisibles,
esconderse uno del otro, pero ahora
se acogen a su sangre quieta,
su terquedad compartida. Les imanta
la luz en diagonal de la tarde de junio,
la luz y sus tenazas tenues
removiendo su porción de rescoldos.
Estuvo en ellos el desvelo, la voracidad,
se abrió la piel para cerrarse de un portazo
y una ráfaga de frío respiró desde ningún sitio
hacia los rostros en fuga.
No hay más. Nada ha cambiado.
Y luego los cuerpos,
la distancia entre los cuerpos.

26.8.09

credo

¿Y a qué, por quién
las preguntas?
La vida se disipa
en el sentido. No hay razones
o las razones nos evitan. Di mejor,
si es que decir te importa,
el fulgor de la tarde entre las ramas,
la floración del cielo y su descenso,
cuanto es asombro en la mirada
porque algo ha cruzado, y palpita,
y en el rumor ajeno de su sangre
pregunta y respuesta son una
con un golpe final que se te escapa.

25.8.09

caza menor

Este gato que avanza sin herirse
sobre el muro cubierto de cristales,
lejos de su cojín y su platillo,
ha salido de caza. Le delata su nervio,
la encogida tensión con que vigila,
muñeco de un instinto equilibrista.
Luego caminará sobre la tierra negra,
entre hoyuelos de nieve y bayas secas,
con plumas en las zarpas o mascando vacío
–burlado por sus ganas–, pero hermoso igualmente
en la clara fiereza de su andar.

24.8.09

diálogo en la sombra

En la noche, tu mirada abolida
espía entre juncales de negrura:
no acepta de las sombras
su indiferencia, su aparente
estar ajeno a quien
las mira. Piensa
–como piensa el mirar, absorto
bajo los párpados–
si es nada lo que no ve, o si nada
son sus ojos porque no ven.

¿Hay diferencia?
Porque duda o no sabe
sigue buscando, y en la duda
una lumbre modesta se abre paso,
pone su cal
al fondo de los ojos.

Quien mira sabe
que algo le está mirando.

Porque la noche lo permite,
no buscas en su negrura siluetas
ni bultos para desmentir la nada,
buscas sus ojos que te están buscando
sobre un hilo que entonces se ilumina.

23.8.09

desierto de los monegros

El coche en sombra bajo el tendejón
y flecos de maleza parda junto a las ruedas.

El sol de mediodía percute en el asfalto
y siembra el arenal de transparencias.
Dos muros desdentados,
una señal de tráfico,
restos de chapa y neumáticos rotos
son cuanto evoca
el tiempo de los hombres, su transcurso.

La botella de agua y tus gafas veladas.
Estar de paso es de repente
este paisaje alucinado,
esta incredulidad de diez minutos
que es otro modo de distancia
y convierte la vida en memoria precoz.

Dejas caer el agua por tu frente
y el pelo se te encrespa, más oscuro.
Has vuelto a abrir los ojos
y una sonrisa rompe el maleficio,
este breve paréntesis de insidia
que tiembla con el aire.
La mueca de tu alivio es una calma
y sé reconocer su contundencia.

Veloz hacia un destino
que nos llama sin conocernos,
el coche arranca y deja surcos en el arcén.
Queda sólo esta luz,
la aguja fiel de agosto
que horada cuanto toca,
más allá de nosotros.

22.8.09

imán

En el cuarto en penumbra, el cerco de la lámpara
arde sobre la página, en los dedos
que aferran el cuaderno, recogidos,
y trazan nuevos signos con serena mudez.

La calle es la moldura de otro silencio. Nadie
bajo los sauces, bajo la farola
tibiamente alumbrada, en el frescor
de esta noche de junio, de esta noche en que velas.

Deslumbra, más que el foco, el blanco de la página.
Tu mano absorta ha detenido el tiempo.
Y más allá del cuarto está la noche
que imanta cuanto escribes, cuanto vino a escribirte.

21.8.09

viejo poeta

Quien extravió la vida al recrearla
con secreta pasión, al hilo de palabras
que forjaron, tal vez, su limpio emblema,
vuelve a mirarte desde su cansancio,
donde la luz evita esas pupilas
que un antiguo fulgor encaneció.

El premio es la ceguera, el abandono.
Creer tocar la luz y que calcine.
No la paz satisfecha
que pudo confundir en otro tiempo
con la sabiduría o su inminencia,
cuando saber es la palabra
que nombra la derrota del deseo,
el temblor de unas manos en el aire.

20.8.09

delfín risueño

La enigmática sonrisa del delfín, que algunos han creído vislumbre de inteligencia y otros tantos han figurado con pericia en incontables emblemas, no es tal vez sino la sonrisa de quien ha olvidado trayecto y destino y se entrega ligero al puro placer del avance, ignorancia de sí que crece a cada salto en un perpetuo renacer enlazado, presente que ignora lo que fue como el delfín ignora su cola y busca la plena felicidad del más allá, el agua que lo engendra.

19.8.09

principio del páramo

Éstos son los dominios de la greda y la escarcha.
Más allá del cristal y los cabos de cera
el alba es la insistencia creciente de sus ruidos,
el paso regular con que el tiempo revive.
Tras salir de la casa, torpes, desdibujados
por el insomnio, andamos por callejas
que extienden su ceguera sobre un páramo
incómodo, desnudo de sí, y nos sobresalta
el cuchillo del frío, el ladrido candente
de algún perro que lucha con el amanecer.
Insatisfecho, el plomo ha amordazado el cielo
y una lluvia muy fina nos desgasta los ojos,
confunde nuestras ropas con la piel.
Otra vez el temblor, como la incertidumbre,
es un indicio en nuestros corazones,
un eco que revive viejas debilidades.

Andamos tercamente olvidados de todo.
De vez en cuando algún gesto amistoso,
alguna frase astuta nos recuerda
que la noche fue pródiga en sentencias,
en juicios caprichosos como la juventud
y proclamas que a nada comprometen.
Ahora, sin embargo,
tan próximo a la médula oscura de este mundo,
tan ajeno a los sueños y la bondad soñada,
doy en pensar, o intuyo acaso,
que demasiada urgencia, demasiada impotencia
nos llevan a este oficio para cuidar el mundo,
la cómplice atención de la mirada,
ese distanciamiento que exige toda página
para reconciliarnos con la vida.