17.10.09

cuatro paredes

Permaneciste largo tiempo
apoyado en el quicio, y pensaste quizá
que ya nada podría defraudarte,
y que el silencio, a veces tan poco hospitalario,
habría de ayudarte al fin,
e imaginaste incluso la luna, recortada y pálida,
tendiéndote su mano en las horas difíciles.
Algo había en aquellos cuatro muros
que te hizo de nuevo contemplarlos,
y al hilo de su rara soledad
reconociste como propios
la puerta, las molduras,
el encaje sutil de las cortinas,
la opacidad ausente de los muebles
en las paredes rojas,
y algo muy misterioso al cabo que te huía,
pero que daba forma y rostro amigo
a cuanto, horas atrás, desconocieras.
Supiste entonces
que la fuente de tu inquietud, de tu sorpresa,
no era sino un abrazo, el pulso de su piel
sobre el reflejo azul de la ventana,
el aspa dulce de otras manos
al ritmo de tus manos,
las cuatro esquinas de su cuerpo.