La puerta de otro año se cierra tras de ti
sin ruido de bisagras, sin llave escandalosa.
Estás donde no estabas aunque nada cambió,
contigo va tu aliento, la lumbre de tus íntimos,
el son de algunas líneas y aquel otro, insondable,
que brota de tus sueños sembrando apariciones.
A este lado del sol, de la sangre que gira,
tu cuerpo no ha caído de pronto en la vejez,
no encaneció la piel ni los ojos mermaron,
haciendo más pequeño el mundo, más difícil.
Es un día cualquiera, es el mismo y distinto,
pero está por hacer y en hacerlo se irá,
como siempre, otro día, mientras pardea el aire
al hilo de tus pasos, de estas nubes que cruzan.
Es un día cualquiera, con su ajuar de costumbres
inertes, su horizonte de anhelos, su flaqueza.
Sumar un año más no es sumar un anillo,
no es cruzar un umbral ni una horca caudina.
Caminas bajo el mismo cielo, las mismas alas,
mientras la tierra ofrece su raro laberinto
tus huesos ya celebran el sol que más calienta.
23.12.11
21.10.09
agosto
es tierra de nadie entre dos frentes:
el sol como una piedra encandecida,
el hierro del calor sobre los párpados.
Andamos por aceras destellantes
con palabras que buscan un oasis,
yemas de aliento picadas por gorriones.
Nuestros pasos se duelen de su peso
bajo el cielo inflexible que rige la avenida.
No hay comienzo ni término,
sólo un tiempo cegado por la luz,
los pliegues de aire que suben del asfalto.
Si hubiera nubes, seríamos sus sombras.
el sol como una piedra encandecida,
el hierro del calor sobre los párpados.
Andamos por aceras destellantes
con palabras que buscan un oasis,
yemas de aliento picadas por gorriones.
Nuestros pasos se duelen de su peso
bajo el cielo inflexible que rige la avenida.
No hay comienzo ni término,
sólo un tiempo cegado por la luz,
los pliegues de aire que suben del asfalto.
Si hubiera nubes, seríamos sus sombras.
19.10.09
el paseo
Arrecia en mí la vida con las primeras sombras.
Al final de la tarde, cerrados ya los libros,
cuando la luz decae anaranjada
en muros y parterres,
cuando la oscuridad de la pizarra
finge la transparencia de un espejo
que baña por igual a cuervos y gaviotas,
algo insiste en mi ánimo,
algo que azuza y dicta en mi silencio
con urgencia inequívoca.
Semejante al deseo, a su terca ceguera,
esa voz me conmina al desconcierto.
Es hora de salir,
dejando a un lado las palabras,
salvando los peldaños que conducen al mundo.
La frescura del aire de septiembre
da en mi rostro y aviva
la quietud suburbana
que he aprendido a llamar mi casa:
setos que encierran mínimos jardines,
visillos cuya tenuidad suaviza
esta fuga infinita de fachadas.
Su nada no es hostil:
más bien, mitiga el laberinto
con que la soledad nos planta cara.
La calle es una ayuda,
la escena pertinaz de mi impaciencia.
Sus porches y ventanas
donde nadie se asoma,
donde la luz indaga, oblicua,
ciñendo el revolar de los gorriones,
sirven de guía al círculo vicioso
del pensamiento. Sigo su trayecto:
el destino soy yo, la imposibilidad
de hurtarme a la conciencia que me piensa.
Camino,
me observo caminar
por esta red de calles en penumbra,
y vuelvo a ser el fruto
de una disociación: el gozo de vivir,
la seca lucidez que me consume.
Arriba, sobre el negro radiante de las tejas,
el cielo es un añil ultramarino.
Lo descubren mis ojos por azar,
llamados por el grito de los patos.
Inquietos, se diría que escapan de la noche.
O que corren con prisa su telón.
Su rectitud me asombra,
el fiel automatismo del instinto
apuntalando las generaciones:
son, están en su mundo,
nada puede apartarlos del centro en que respiran.
Por contraste, su sinrazón nos niega,
desmiente cuanto somos y aprendemos a ser.
La flor, el animal, son símbolos, no metas:
si crecen sin error, no es por libre albedrío.
Vira la luz a púrpura, de pronto.
Abstraído testigo de mis rondas,
me sorprendo en la orilla del pantano,
junto al puente de hierro y los laureles.
En la plata rugosa de sus aguas
mi rostro no es mi rostro
sino el de alguien, mudo,
que al mirarse me piensa.
Estoy entre dos centros, soy el tránsito
entre el gesto que es y el gesto que percibo.
En ese hueco están mis muchos tiempos,
las posibilidades de una vida,
incluso si vivir es la amargura
que anticipa su término.
Llegado a la raíz del laberinto
–yo mismo–,
no dudo en elegir la voz de los sentidos,
el temblor insidioso que recorre mi sangre.
En la otra orilla, un bastidor de chopos
hurta la luz final del día, y en las aguas
el viento eriza espumas fantasmales,
volutas del otoño que no llega.
Las sombras se apelmazan.
Arrecia en mí la vida y me confirma.
Al final de la tarde, cerrados ya los libros,
cuando la luz decae anaranjada
en muros y parterres,
cuando la oscuridad de la pizarra
finge la transparencia de un espejo
que baña por igual a cuervos y gaviotas,
algo insiste en mi ánimo,
algo que azuza y dicta en mi silencio
con urgencia inequívoca.
Semejante al deseo, a su terca ceguera,
esa voz me conmina al desconcierto.
Es hora de salir,
dejando a un lado las palabras,
salvando los peldaños que conducen al mundo.
La frescura del aire de septiembre
da en mi rostro y aviva
la quietud suburbana
que he aprendido a llamar mi casa:
setos que encierran mínimos jardines,
visillos cuya tenuidad suaviza
esta fuga infinita de fachadas.
Su nada no es hostil:
más bien, mitiga el laberinto
con que la soledad nos planta cara.
La calle es una ayuda,
la escena pertinaz de mi impaciencia.
Sus porches y ventanas
donde nadie se asoma,
donde la luz indaga, oblicua,
ciñendo el revolar de los gorriones,
sirven de guía al círculo vicioso
del pensamiento. Sigo su trayecto:
el destino soy yo, la imposibilidad
de hurtarme a la conciencia que me piensa.
Camino,
me observo caminar
por esta red de calles en penumbra,
y vuelvo a ser el fruto
de una disociación: el gozo de vivir,
la seca lucidez que me consume.
Arriba, sobre el negro radiante de las tejas,
el cielo es un añil ultramarino.
Lo descubren mis ojos por azar,
llamados por el grito de los patos.
Inquietos, se diría que escapan de la noche.
O que corren con prisa su telón.
Su rectitud me asombra,
el fiel automatismo del instinto
apuntalando las generaciones:
son, están en su mundo,
nada puede apartarlos del centro en que respiran.
Por contraste, su sinrazón nos niega,
desmiente cuanto somos y aprendemos a ser.
La flor, el animal, son símbolos, no metas:
si crecen sin error, no es por libre albedrío.
Vira la luz a púrpura, de pronto.
Abstraído testigo de mis rondas,
me sorprendo en la orilla del pantano,
junto al puente de hierro y los laureles.
En la plata rugosa de sus aguas
mi rostro no es mi rostro
sino el de alguien, mudo,
que al mirarse me piensa.
Estoy entre dos centros, soy el tránsito
entre el gesto que es y el gesto que percibo.
En ese hueco están mis muchos tiempos,
las posibilidades de una vida,
incluso si vivir es la amargura
que anticipa su término.
Llegado a la raíz del laberinto
–yo mismo–,
no dudo en elegir la voz de los sentidos,
el temblor insidioso que recorre mi sangre.
En la otra orilla, un bastidor de chopos
hurta la luz final del día, y en las aguas
el viento eriza espumas fantasmales,
volutas del otoño que no llega.
Las sombras se apelmazan.
Arrecia en mí la vida y me confirma.
18.10.09
brighton
Entre dos raros destinos
Brighton fue nuestro refugio:
un palacio junto al mar,
el agua verde y fecunda,
el paseo abierto sobre
tablas y hierro forjado,
luz de cobre en los despojos,
piedra vieja que fatiga
y recubre los bancales.
Has visto esa arquitectura
fundada sobre el vacío,
un trozo de tierra firme
en la claridad del miedo;
paseas cada mañana
pendiente de un hilo, sola
en la escollera, y a veces
te asusta tanta amenaza,
las olas turbias, el mar
infatigable, acosándonos,
entrando en nuestra existencia
con mano fría y voluble.
Cuando regresas a casa
el fuego que he preparado
arde entre mis manos ávidas
y así pasamos las horas
librados a nuestros cuerpos,
nos buscamos en el otro.
Nuestro deseo revive
en esa tierra de nadie.
Brighton fue nuestro refugio:
un palacio junto al mar,
el agua verde y fecunda,
el paseo abierto sobre
tablas y hierro forjado,
luz de cobre en los despojos,
piedra vieja que fatiga
y recubre los bancales.
Has visto esa arquitectura
fundada sobre el vacío,
un trozo de tierra firme
en la claridad del miedo;
paseas cada mañana
pendiente de un hilo, sola
en la escollera, y a veces
te asusta tanta amenaza,
las olas turbias, el mar
infatigable, acosándonos,
entrando en nuestra existencia
con mano fría y voluble.
Cuando regresas a casa
el fuego que he preparado
arde entre mis manos ávidas
y así pasamos las horas
librados a nuestros cuerpos,
nos buscamos en el otro.
Nuestro deseo revive
en esa tierra de nadie.
17.10.09
cuatro paredes
Permaneciste largo tiempo
apoyado en el quicio, y pensaste quizá
que ya nada podría defraudarte,
y que el silencio, a veces tan poco hospitalario,
habría de ayudarte al fin,
e imaginaste incluso la luna, recortada y pálida,
tendiéndote su mano en las horas difíciles.
Algo había en aquellos cuatro muros
que te hizo de nuevo contemplarlos,
y al hilo de su rara soledad
reconociste como propios
la puerta, las molduras,
el encaje sutil de las cortinas,
la opacidad ausente de los muebles
en las paredes rojas,
y algo muy misterioso al cabo que te huía,
pero que daba forma y rostro amigo
a cuanto, horas atrás, desconocieras.
Supiste entonces
que la fuente de tu inquietud, de tu sorpresa,
no era sino un abrazo, el pulso de su piel
sobre el reflejo azul de la ventana,
el aspa dulce de otras manos
al ritmo de tus manos,
las cuatro esquinas de su cuerpo.
apoyado en el quicio, y pensaste quizá
que ya nada podría defraudarte,
y que el silencio, a veces tan poco hospitalario,
habría de ayudarte al fin,
e imaginaste incluso la luna, recortada y pálida,
tendiéndote su mano en las horas difíciles.
Algo había en aquellos cuatro muros
que te hizo de nuevo contemplarlos,
y al hilo de su rara soledad
reconociste como propios
la puerta, las molduras,
el encaje sutil de las cortinas,
la opacidad ausente de los muebles
en las paredes rojas,
y algo muy misterioso al cabo que te huía,
pero que daba forma y rostro amigo
a cuanto, horas atrás, desconocieras.
Supiste entonces
que la fuente de tu inquietud, de tu sorpresa,
no era sino un abrazo, el pulso de su piel
sobre el reflejo azul de la ventana,
el aspa dulce de otras manos
al ritmo de tus manos,
las cuatro esquinas de su cuerpo.
16.10.09
palomas
Cruzan el patio las palomas.
Se cuelgan del alféizar, gorgotean,
van y vienen por la penumbra
con sus plumas raídas y su insolencia terca.
Palomas de ciudad,
vestidas del hollín que respiran,
sirvientes del tendal y la basura.
Las odio cordialmente desde mi ventana,
busco espantarlas, cuelgo plásticos,
pero es inútil.
Vuelven al poco, o nunca se marcharon,
y de nuevo me llega,
burbuja sobre el limo de las horas,
el émbolo sonoro de sus cuellos.
Algo dice, tal vez, ese discurso de una sílaba,
su gutural monotonía
poblando el patio de impaciencias.
Algo que ignoro y no puedo ignorar,
que insiste en el silencio de la casa
con tonos de reproche y desafío.
Traduzco un par de páginas, preparo café,
se demora la tarde en su grisalla
y allí las veo, necias y abstraídas,
con su grave zureo que me interroga.
Algo dicen, tal vez, que mi sombra comprende,
que mi sombra calló y ahora recuerda,
porque es suyo.
Se cuelgan del alféizar, gorgotean,
van y vienen por la penumbra
con sus plumas raídas y su insolencia terca.
Palomas de ciudad,
vestidas del hollín que respiran,
sirvientes del tendal y la basura.
Las odio cordialmente desde mi ventana,
busco espantarlas, cuelgo plásticos,
pero es inútil.
Vuelven al poco, o nunca se marcharon,
y de nuevo me llega,
burbuja sobre el limo de las horas,
el émbolo sonoro de sus cuellos.
Algo dice, tal vez, ese discurso de una sílaba,
su gutural monotonía
poblando el patio de impaciencias.
Algo que ignoro y no puedo ignorar,
que insiste en el silencio de la casa
con tonos de reproche y desafío.
Traduzco un par de páginas, preparo café,
se demora la tarde en su grisalla
y allí las veo, necias y abstraídas,
con su grave zureo que me interroga.
Algo dicen, tal vez, que mi sombra comprende,
que mi sombra calló y ahora recuerda,
porque es suyo.
15.10.09
cuatro cuervos
I
Sombrío invierno
sin tregua: sobre la nieve
-negro cuerpo ingobernable-
despunta un cuervo.
II
No existe el cuervo
sino la nieve,
el blanco abrazo de la nieve,
la boca oscura de la nieve
y su negro idioma impronunciado.
III
Nieve, nubes, humo:
blanco sobre blanco sobre blanco;
duro lienzo
sobre bocas cerradas.
Gotas de negro,
vieja sangre,
un cuervo es dos ojos
amarrados al rostro de nada.
IV
Pero no hay cansancio
en ese cuerpo
cercado por la nieve.
No hay vejez.
Al otro lado de la muerte
no hay vejez, no,
tras la oscura divisoria.
Sombrío invierno
sin tregua: sobre la nieve
-negro cuerpo ingobernable-
despunta un cuervo.
II
No existe el cuervo
sino la nieve,
el blanco abrazo de la nieve,
la boca oscura de la nieve
y su negro idioma impronunciado.
III
Nieve, nubes, humo:
blanco sobre blanco sobre blanco;
duro lienzo
sobre bocas cerradas.
Gotas de negro,
vieja sangre,
un cuervo es dos ojos
amarrados al rostro de nada.
IV
Pero no hay cansancio
en ese cuerpo
cercado por la nieve.
No hay vejez.
Al otro lado de la muerte
no hay vejez, no,
tras la oscura divisoria.
14.10.09
entonces
Cuando el mundo se convirtió en el mundo
la luz brillaba como de costumbre
sobre un reloj indiferente,
el aire estaba lleno de comienzos
y mil veces en mil calles distintas
alguien se tropezaba en una piedra
y esa piedra le abría los ojos;
fue la ocasión que todos esperábamos
para tomar las mismas decisiones,
besar de nuevo el mismo suelo,
decir los hasta luego de anteayer;
y el rostro amado y rutinario
que fingía escuchar
o brindaba una mano distraída
volvió a apartarse antes de tiempo.
Detrás de las ventanas crecía la penumbra,
una gaviota hurgaba en la basura
y los niños jugaban casi a ciegas
ignorando los gritos de sus madres.
Era un día cualquiera en la ciudad,
con su ruido de fondo en nuestras venas
y el hollín de la noche borrando cercanías.
Quien guardó una moneda en su bolsillo
no fue más rico a la mañana.
Nada ocurrió que pueda recordarse,
ninguno de nosotros se dio cuenta
cuando el mundo se convirtió en el mundo.
la luz brillaba como de costumbre
sobre un reloj indiferente,
el aire estaba lleno de comienzos
y mil veces en mil calles distintas
alguien se tropezaba en una piedra
y esa piedra le abría los ojos;
fue la ocasión que todos esperábamos
para tomar las mismas decisiones,
besar de nuevo el mismo suelo,
decir los hasta luego de anteayer;
y el rostro amado y rutinario
que fingía escuchar
o brindaba una mano distraída
volvió a apartarse antes de tiempo.
Detrás de las ventanas crecía la penumbra,
una gaviota hurgaba en la basura
y los niños jugaban casi a ciegas
ignorando los gritos de sus madres.
Era un día cualquiera en la ciudad,
con su ruido de fondo en nuestras venas
y el hollín de la noche borrando cercanías.
Quien guardó una moneda en su bolsillo
no fue más rico a la mañana.
Nada ocurrió que pueda recordarse,
ninguno de nosotros se dio cuenta
cuando el mundo se convirtió en el mundo.
13.10.09
tiempo nublado
Hace calor y sin embargo llueve,
serenamente llueve,
una lluvia muy fina que impregna ropas y esperanzas,
hija cortés del bochorno y la bruma.
Caminas junto a un mar ensombrecido,
como de plata rayada por la luz,
y te duele la pesantez del aire,
el modo en que recubre tus sentidos
con su inercia palpable.
No hay nada que decir,
nada con qué decirlo. Pasear
bajo esta leve urdimbre de la lluvia
es ver cerrados los caminos,
vencida toda fuga,
volver sobre uno mismo
con la mísera fe de quien nada comprende.
Un charco de gaviotas
alumbra tibiamente los bajíos.
Con sus blancas jorobas
y su densa quietud
tienen algo de hongos, o de monjes orantes,
dueños de una paciencia que no conoces.
Has vuelto a la ciudad donde naciste,
a las calles que fueron laberinto,
anillos de un hastío irrevocable,
y otra vez se disuelve el tiempo,
se rompen las costuras de un paisaje
que entrega su revés inalterado.
El olor del salitre y de las algas
es uno con el agua,
con el ácido aliento del bochorno,
con tus ojos que vagan
en busca de asidero,
de un anclaje que ignore
tanta disolución.
Miras
brillar la orilla, el agua retirarse
dejando estrías en la arena,
tranquilas venas relucientes.
Al fondo, una gaviota picotea la espuma,
gira sobre sí misma entre dos transparencias.
Hace calor y sin embargo llueve,
serenamente llueve,
una lluvia muy fina que impregna ropas y esperanzas.
Todo germina en la humedad
menos tu pensamiento.
serenamente llueve,
una lluvia muy fina que impregna ropas y esperanzas,
hija cortés del bochorno y la bruma.
Caminas junto a un mar ensombrecido,
como de plata rayada por la luz,
y te duele la pesantez del aire,
el modo en que recubre tus sentidos
con su inercia palpable.
No hay nada que decir,
nada con qué decirlo. Pasear
bajo esta leve urdimbre de la lluvia
es ver cerrados los caminos,
vencida toda fuga,
volver sobre uno mismo
con la mísera fe de quien nada comprende.
Un charco de gaviotas
alumbra tibiamente los bajíos.
Con sus blancas jorobas
y su densa quietud
tienen algo de hongos, o de monjes orantes,
dueños de una paciencia que no conoces.
Has vuelto a la ciudad donde naciste,
a las calles que fueron laberinto,
anillos de un hastío irrevocable,
y otra vez se disuelve el tiempo,
se rompen las costuras de un paisaje
que entrega su revés inalterado.
El olor del salitre y de las algas
es uno con el agua,
con el ácido aliento del bochorno,
con tus ojos que vagan
en busca de asidero,
de un anclaje que ignore
tanta disolución.
Miras
brillar la orilla, el agua retirarse
dejando estrías en la arena,
tranquilas venas relucientes.
Al fondo, una gaviota picotea la espuma,
gira sobre sí misma entre dos transparencias.
Hace calor y sin embargo llueve,
serenamente llueve,
una lluvia muy fina que impregna ropas y esperanzas.
Todo germina en la humedad
menos tu pensamiento.
12.10.09
sapo burbuja
Así llamado por la burbuja que surge de su boca al croar, envolviéndole por entero en una gasa transparente que figura los brillos y reflejos de la luz. Cae entonces en un trance que sólo interrumpen el hambre y la oscuridad, aunque ciertas noches el resplandor lechoso de la luna llena le suscite burbujas de singulares patrones y colores, espejos tal vez de las combinaciones astrales que rigen el curso de las vidas. Tal es la creencia de los innumerables magos, brujas y adivinos que recorren los pueblos en busca de un bolsillo crédulo y se sirven de ellas para sus predicciones y engaños. Ciertos nativos de las marismas se han especializado en su captura y posterior preservación, que procuran sumergiendo sapo y burbuja en agua hirviente. Sólo cuando el sapo expira ahogado, con ojos atónitos y necios, extraen de la olla la bola de cristal donde un pequeño monstruo rugoso que nunca vislumbró su destino es llamado a predecir el ajeno.
11.10.09
águila
Te descuelgas veloz sobre tu presa
con doble garra inquisidora: emblema
de la muerte más vivo que la vida.
Rueda por la pendiente el cuerpo grave
y su estrella de sangre te gobierna,
imán hacia la nada que has creado.
Qué palpable su ley. Madeja inerte,
la víctima que clavas a tu vuelo
te hace más débil un instante. ¿Caes
o finges con astucia tu caída
para elegir corriente, plano, estela?
Sólo existes, voraz, en lo que alcanzas.
Eres aire, y el aire te rehace.
con doble garra inquisidora: emblema
de la muerte más vivo que la vida.
Rueda por la pendiente el cuerpo grave
y su estrella de sangre te gobierna,
imán hacia la nada que has creado.
Qué palpable su ley. Madeja inerte,
la víctima que clavas a tu vuelo
te hace más débil un instante. ¿Caes
o finges con astucia tu caída
para elegir corriente, plano, estela?
Sólo existes, voraz, en lo que alcanzas.
Eres aire, y el aire te rehace.
10.10.09
saludo
Y tú, vida que empiezas,
no digas nada aún:
crece sobre tu sangre,
se temblor y latencia.
Ciego nudo abisal,
giras en los serenos
hondones de tu madre,
en el limo imantado.
No siempre vivirás
sin tiempo, sin mirada.
Asomará tu boca
a las puertas del día.
Tu cuerpo espera y calla.
Multiplicado tacto
el de esta piel bañada.
Respiras negro, negro.
no digas nada aún:
crece sobre tu sangre,
se temblor y latencia.
Ciego nudo abisal,
giras en los serenos
hondones de tu madre,
en el limo imantado.
No siempre vivirás
sin tiempo, sin mirada.
Asomará tu boca
a las puertas del día.
Tu cuerpo espera y calla.
Multiplicado tacto
el de esta piel bañada.
Respiras negro, negro.
9.10.09
lugar del amor
Dí mejor un ascenso, como de peregrino,
ladera arriba, monte que no es monte
porque comulga del azul del cielo
y no siente ya el pedregal
que confirma sus pasos, terco ascenso en volandas
sobre la quemazón de brezo y turba,
y allí en la cima el templo, guía y razón del viaje,
sin capilla evidente ni suelo bendecido,
umbral de piedra y musgo gris
donde anidan el viento y la rapaz
y el pie ensaya una última pisada
antes de hollar el aire, sin rasguño ni esfuerzo,
o eso parece,
como si no atendiera,
ebrio en mitad de la nada.
ladera arriba, monte que no es monte
porque comulga del azul del cielo
y no siente ya el pedregal
que confirma sus pasos, terco ascenso en volandas
sobre la quemazón de brezo y turba,
y allí en la cima el templo, guía y razón del viaje,
sin capilla evidente ni suelo bendecido,
umbral de piedra y musgo gris
donde anidan el viento y la rapaz
y el pie ensaya una última pisada
antes de hollar el aire, sin rasguño ni esfuerzo,
o eso parece,
como si no atendiera,
ebrio en mitad de la nada.
8.10.09
ensayo para una huida
En esta hora dudosa que desciende
entre el azul y la ceniza,
con quietud de calina y aire
clausurado, en este jardín
de inanimadas sombras
donde la humedad sabe a tierra
y disueltos cansancios,
he dejado los ojos.
Como quien, en tierra de nadie,
acepta una tregua ficticia
y busca en el cansancio una certeza,
he mirado en penumbra
cuanto se acoge a la mirada,
cuanto sostiene inadvertido
el peso de unos ojos
que dudan e interrogan.
Conozco sus razones: son las mías.
Como yo, buscan
un espacio para el deseo,
un lugar de fugas y asombros
en la tierra de nadie
del aire. Como yo,
llegan a su destino
al demorarlo.
entre el azul y la ceniza,
con quietud de calina y aire
clausurado, en este jardín
de inanimadas sombras
donde la humedad sabe a tierra
y disueltos cansancios,
he dejado los ojos.
Como quien, en tierra de nadie,
acepta una tregua ficticia
y busca en el cansancio una certeza,
he mirado en penumbra
cuanto se acoge a la mirada,
cuanto sostiene inadvertido
el peso de unos ojos
que dudan e interrogan.
Conozco sus razones: son las mías.
Como yo, buscan
un espacio para el deseo,
un lugar de fugas y asombros
en la tierra de nadie
del aire. Como yo,
llegan a su destino
al demorarlo.
7.10.09
refugio antiguo
Como ahora, los ojos
se abrazaban al tejo abrumador
y bebían, con avidez
que tal vez fuera miedo
–un síntoma del miedo–,
del negro impenetrable de su tronco.
En la quietud de araña del ramaje
hallaban el alivio pasajero
que la nieve y su mica les negaba,
la nieve y su blancura ufana,
la nieve y su distancia sin caminos.
Entonces, como ahora,
la forma era un refugio,
un paso hacia el sentido o su ilusión.
No el parque con sus setos hambrientos,
no el estanque varado entre desechos y hojas pálidas:
la silueta tenaz de un árbol solo,
que nada turba.
Su rigor me visita algunas tardes,
como entonces,
con su complicidad de faro antiguo:
es la sombra que insinúa una frase,
el ovillo que muestra, tembloroso y reptante,
lo que de mí no atisbo.
Acudo a él para cruzar, a su dictado,
el blanco de esta página y las que vendrán,
los días y las noches que son nieve y son frío
y son un libro intacto
donde el tejo escribe conmigo, para mí.
se abrazaban al tejo abrumador
y bebían, con avidez
que tal vez fuera miedo
–un síntoma del miedo–,
del negro impenetrable de su tronco.
En la quietud de araña del ramaje
hallaban el alivio pasajero
que la nieve y su mica les negaba,
la nieve y su blancura ufana,
la nieve y su distancia sin caminos.
Entonces, como ahora,
la forma era un refugio,
un paso hacia el sentido o su ilusión.
No el parque con sus setos hambrientos,
no el estanque varado entre desechos y hojas pálidas:
la silueta tenaz de un árbol solo,
que nada turba.
Su rigor me visita algunas tardes,
como entonces,
con su complicidad de faro antiguo:
es la sombra que insinúa una frase,
el ovillo que muestra, tembloroso y reptante,
lo que de mí no atisbo.
Acudo a él para cruzar, a su dictado,
el blanco de esta página y las que vendrán,
los días y las noches que son nieve y son frío
y son un libro intacto
donde el tejo escribe conmigo, para mí.
6.10.09
salamandra acuática
Desde la antigüedad se tiene a la salamandra como animal mítico y espíritu elemental del fuego. Por esta razón, su significado simbólico se halla unido a este elemento, que arde en su interior y lo alimenta. Pero el fuego que devora las entrañas de la salamandra acuática es tan intenso en ocasiones que el animal ha de sumergirse en el agua para mitigar su dolor y calmar la llama que lo consume. El contacto del fuego con el agua del río despierta una densa humareda que lo delata al instante y facilita su captura por parte de los ribereños, quienes vacían sus entrañas y las utilizan para iluminarse y darse calor en las largas noches de invierno. Pero su llama es de tal limpieza y claridad que muchos se la llevan consigo al sueño, ahuyentando así los malos presagios con que los hombres se atormentan sin descanso.
5.10.09
contrapunto
Habitamos el mismo territorio
pero distintos mapas. En el tuyo
las calles son el testimonio de una escisión
y la luz brilla obscenamente
sobre las trazas de este mundo sublunar.
Hay silencio, palabras desmedidas,
el cansancio febril de la vigilia
y un animal baqueteado por el tiempo
que te brinda consuelo.
Por mi lado hay orgullos, impaciencias,
el afán de agradar y el miedo a conseguirlo;
convivo con imágenes que la palabra ha prestigiado
pero vivo a disgusto con su ambiguo sentido:
calles vacías, espejos de misántropo
y paisajes inmóviles bajo una luz postrera.
A los dos nos agota una culpa genuina
que a fuerza de insistir parece falsa,
excusa de malos pagadores.
Nuestras palabras mágicas raramente concuerdan,
tampoco los remedios de los que echamos mano
los días más pensados,
cuando vibran los nervios y la mente se enrosca
a punto de saltar sobre sí misma.
Sólo de noche, algunas veces, nuestros cuerpos
cruzan las líneas furtivamente
para firmar una tregua perpleja,
difícil,
el armisticio que es ahora nuestra vida.
pero distintos mapas. En el tuyo
las calles son el testimonio de una escisión
y la luz brilla obscenamente
sobre las trazas de este mundo sublunar.
Hay silencio, palabras desmedidas,
el cansancio febril de la vigilia
y un animal baqueteado por el tiempo
que te brinda consuelo.
Por mi lado hay orgullos, impaciencias,
el afán de agradar y el miedo a conseguirlo;
convivo con imágenes que la palabra ha prestigiado
pero vivo a disgusto con su ambiguo sentido:
calles vacías, espejos de misántropo
y paisajes inmóviles bajo una luz postrera.
A los dos nos agota una culpa genuina
que a fuerza de insistir parece falsa,
excusa de malos pagadores.
Nuestras palabras mágicas raramente concuerdan,
tampoco los remedios de los que echamos mano
los días más pensados,
cuando vibran los nervios y la mente se enrosca
a punto de saltar sobre sí misma.
Sólo de noche, algunas veces, nuestros cuerpos
cruzan las líneas furtivamente
para firmar una tregua perpleja,
difícil,
el armisticio que es ahora nuestra vida.
4.10.09
noche de agosto
Bajo la tela de la noche
y sus linternas diminutas.
La puerta abierta.
La remetida claridad del cuarto
tras las ventanas.
La humedad en reposo de la tierra.
Y el ruido de unos pasos en la grava
que anuncian tu llegada,
tu saludo abstraído,
tu calor.
Imaginé esta escena alguna vez,
antes de conocerte:
hueco en el aire del deseo
que tú ocupaste.
¿O fue, tal vez,
que tú la imaginaste para mí,
que me diste tu anhelo antes de hallarnos
para arrimar a su temblor
la común extensión de nuestras vidas?
y sus linternas diminutas.
La puerta abierta.
La remetida claridad del cuarto
tras las ventanas.
La humedad en reposo de la tierra.
Y el ruido de unos pasos en la grava
que anuncian tu llegada,
tu saludo abstraído,
tu calor.
Imaginé esta escena alguna vez,
antes de conocerte:
hueco en el aire del deseo
que tú ocupaste.
¿O fue, tal vez,
que tú la imaginaste para mí,
que me diste tu anhelo antes de hallarnos
para arrimar a su temblor
la común extensión de nuestras vidas?
2.10.09
el viajero
Puso todas sus heridas en fila y echó a andar hasta salirse del mapa. Puso todas sus heridas en fila y el cielo se hizo a un lado. Puso todas sus heridas en fila y el camino descascarilló el sol y algunas estrellas.
1.10.09
de vita beata
Así las cosas,
decidió que no más,
que le bastaba el crepitar del cielo,
el hondo gris de los cañaverales.
«Los dioses se arrodillan en tu casa»,
oyó decir, y sonrió complacido.
Pájaros en la mano, el silencio de arena
de las horas, la cal embridando los ojos.
La oblea de la vida se fundía en su lengua,
en la sangre tentacular, y era un cansancio
sereno, casi experto,
la raíz de la nieve retoñada en su mano.
Todo viajaba en un carril transigente,
luces que brillan o se apagan según las horas.
Retirado en la paz de estos desiertos,
para qué libros, refutaba,
y luego: para quién.
decidió que no más,
que le bastaba el crepitar del cielo,
el hondo gris de los cañaverales.
«Los dioses se arrodillan en tu casa»,
oyó decir, y sonrió complacido.
Pájaros en la mano, el silencio de arena
de las horas, la cal embridando los ojos.
La oblea de la vida se fundía en su lengua,
en la sangre tentacular, y era un cansancio
sereno, casi experto,
la raíz de la nieve retoñada en su mano.
Todo viajaba en un carril transigente,
luces que brillan o se apagan según las horas.
Retirado en la paz de estos desiertos,
para qué libros, refutaba,
y luego: para quién.
30.9.09
preámbulos del poema
Amanece con nieve: nieve reciente, muy fina, como pelusa o polvos de talco. Ya ayer, al regresar de buena tarde a casa, el azul cobalto de un cielo sin estrellas competía con el aura anaranjada de las farolas precaria y prematuramente encendidas. Era un indicio de nieve, o la nieve misma, suspendida sin cuerpo en el aire, lluvia invisible que sólo la luz revela. Ahora descorro las cortinas y la blancura me duele en los ojos. Despierto con este resplandor acerado de un sol lejano, nítido como una hoja de afeitar, y luego, en silencio, con miedo a despertarla, desciendo a la cocina. En el jardín, la tierra húmeda asoma tímidamente entre lo blanco, y también los mínimos brotes que en este final de febrero se atreven a desafiar los últimos bandazos del invierno. No aguantará la nieve: tal vez en el jardín nos espere algún rastro esta noche, pero será la excepción. No hubo viento. Nada nos inquietó mientras dormíamos. Puedo imaginar ahora el rumor inapreciable de la nieve al caer sobre el asfalto como una música de fondo en nuestros sueños. No soñé con nieve, pero todo lo soñado se asienta en ella. Luego, cuando salga a la calle, será ese territorio el que pise, seré yo quien entre como una prolongación furtiva en mi sueño; y quien tome residencia con la primera palabra pensada o escrita sobre la nieve.
29.9.09
hamlet en la playa
La clara luz de enero, tan rasante,
ha dado con el hueso de las formas.
Esta marina es ya mi calavera:
espuma y plomo, médanos sin nadie,
la monda desazón de las gaviotas
peinando los pedreros y los muelles.
Converso cara a cara con el mundo
y sus cuencas vacías me interrogan:
esperan las palabras que no sé,
la huella que reservo a tantos días.
Me planto en lo que veo y se deshace;
es cuerpo muerto, muerte que me ausculta.
La clara luz de enero, tan inmóvil,
confirma la osamenta de esta hora.
ha dado con el hueso de las formas.
Esta marina es ya mi calavera:
espuma y plomo, médanos sin nadie,
la monda desazón de las gaviotas
peinando los pedreros y los muelles.
Converso cara a cara con el mundo
y sus cuencas vacías me interrogan:
esperan las palabras que no sé,
la huella que reservo a tantos días.
Me planto en lo que veo y se deshace;
es cuerpo muerto, muerte que me ausculta.
La clara luz de enero, tan inmóvil,
confirma la osamenta de esta hora.
28.9.09
cebra fantasma
Con algo de niebla marina y unas cuantas ramas de nogal nace la cebra fantasma: en los ojos espuma fría, y en las entrañas barro deshecho de las marismas. Pasta cerca de las playas, dejando un rastro de humedad. Dada su proverbial timidez, son pocos los que han conseguido verla, y de ellos menos aún sabrían describirla con precisión, pues es frágil y evanescente como el aire. Su esperanza de vida es corta: al poco tiempo entra de nuevo en la niebla que le dio cuerpo y se disuelve en ella, dejando sobre la hierba un haz de leña que los pescadores utilizan para calentarse. De noche, encienden hogueras y se envuelven en mantas, y es entonces cuando, proyectada contra la espiral de humo, se dibuja por un instante la silueta de una cebra, un fantasma inquietante que duda y tiembla –pero es el humo– antes de desvanecerse para siempre en el aire y la noche circundante.
27.9.09
julio
Hay algas en la orilla, y un sol crudo, tenaz,
lame las avenidas, abre los descampados
o se enrosca en los buenos días y los quetales
que puntean ligeros, como insectos al vuelo,
la llegada puntual de los oficinistas.
La rosa de los vientos del día, la candente
veleta del verano inicia su deriva,
se despereza y gira, gran noria bostezante,
agitando sus flecos entre sombras de asombro,
esparciendo en el aire su voz enronquecida,
y una herida de sal se insinúa en la piel
y crece hasta saciar el frescor de la noche,
como tras las pupilas un destello devuelve
otro verano antiguo, fundado en la inocencia,
más allá del recuerdo o su remedo estéril.
Julio siembra candiles que la mirada prende.
lame las avenidas, abre los descampados
o se enrosca en los buenos días y los quetales
que puntean ligeros, como insectos al vuelo,
la llegada puntual de los oficinistas.
La rosa de los vientos del día, la candente
veleta del verano inicia su deriva,
se despereza y gira, gran noria bostezante,
agitando sus flecos entre sombras de asombro,
esparciendo en el aire su voz enronquecida,
y una herida de sal se insinúa en la piel
y crece hasta saciar el frescor de la noche,
como tras las pupilas un destello devuelve
otro verano antiguo, fundado en la inocencia,
más allá del recuerdo o su remedo estéril.
Julio siembra candiles que la mirada prende.
26.9.09
weather report
Ésta es la calma que ha ganado a duras penas. Alguien habla por teléfono mientras abre las hojas del balcón y mira de reojo la calle, el ir y venir de la gente bajo las acacias, el cielo pizarroso que comienza a encresparse. Se oyen voces de niños, coches que pasan con lentitud, una canción que tararea mentalmente y le ayuda a encadenar los gestos, a darles fluidez en el agua seca y polvorienta del verano. Repite frases consabidas, monosílabos que apaciguan igual que un molinillo de oraciones. De pronto, un golpe de viento cierra la puerta del despacho y unos folios caen al suelo. Sin dejar de hablar, se acerca a recogerlos y siente el frescor repentino del aire, el barrunto que aviva las hojas y pone un grumo de escarcha en la piel. Como si algo cobrara sentido en ese instante. Como si algo sucediera más acá de la tormenta o su inminencia. Pero no es nada, sólo la calma que vibra con astucia entre el rayo y su estallido, la calma que se ovilla bajo sus párpados lo mismo que un insomnio, este alambre de calma que le inquiere y le aquilata y es algo muy suyo que vuelve a conocer, que desnuda su carne bajo la sombra eléctrica.
25.9.09
la espera
La casa como un cuenco
donde limpias tu espera y tu deseo.
Se arremolina el polvo ante la puerta.
Tuya la blanca perfección del hueso.
donde limpias tu espera y tu deseo.
Se arremolina el polvo ante la puerta.
Tuya la blanca perfección del hueso.
24.9.09
vuelo antiguo
El vuelo de esta avispa
en el azul del aire, contra un fondo
de cipreses y falsas
columnas medievales, mientras Paula
desanuda con paso
azorado el jardín
y advierte fugazmente cada tronco,
la trama ensimismada
de setos y empedrados,
viene tal vez
de muy lejos, de un tiempo
anterior a los tiempos que recuerdo,
cuando el simple existir
de las cosas
se imprimía en los ojos
con limpieza, y el vuelo recto
y absorto de la avispa
era tan sólo acción y asombro,
humilde acontecer
como este fondo azul
que afirma a los cipreses
de repente crecidos,
igual que ahora Paula
con andar más tranquilo
se acerca hasta sus troncos
y levanta los brazos
(niña avispada)
respondiendo feliz a su saludo.
en el azul del aire, contra un fondo
de cipreses y falsas
columnas medievales, mientras Paula
desanuda con paso
azorado el jardín
y advierte fugazmente cada tronco,
la trama ensimismada
de setos y empedrados,
viene tal vez
de muy lejos, de un tiempo
anterior a los tiempos que recuerdo,
cuando el simple existir
de las cosas
se imprimía en los ojos
con limpieza, y el vuelo recto
y absorto de la avispa
era tan sólo acción y asombro,
humilde acontecer
como este fondo azul
que afirma a los cipreses
de repente crecidos,
igual que ahora Paula
con andar más tranquilo
se acerca hasta sus troncos
y levanta los brazos
(niña avispada)
respondiendo feliz a su saludo.
23.9.09
sylvia plath
I. McLean Hospital (1953)
Puedo sentir el mar, o un fondo de campanas.
El ruido de gaviotas me reconforta, alivia
mis ataques. De vez en cuando una enfermera
ajusta la almohada o remete las sábanas
hasta que siento un peso en mi barbilla
y no hay frío. Los gritos que escucho en la distancia
son eco y droga. Me visitan madres, parientes,
pero me canso pronto y ellos dudan. Los días
sisean como ancianas y un instinto de sol
agita las cortinas: es agrio como el alma,
y desmedido, y turbio. Hay una hoja al pairo
en mis venas, y cada noche se abre camino
hasta el nudo preciso de mi piel. Y si atiendo
siento el rumor del agua y de una quilla
surcando el oleaje de la lengua.
II. Court Green, Devon (1962)
La luna invariable. Una tierra como de amanecida al final de la tarde donde se decantan las luces, el cristal húmedo de los campos, el olmo oscuro y viejo cerca del huerto. Da de comer a los niños, dirige sus últimas instrucciones a la niñera, se encierra en su cuarto. Todavía es pronto. Pese a que el día dura hoy más de lo preciso, siente la voluntad de la escritura como una tabla salvadora. Las cartas de su madre, amontonadas en un extremo del escritorio, abiertas con prisa, exigen una respuesta que se hace cada noche más cuesta arriba. El olor de la hierba, de la madera que cubre el techo, la luz desflecada en los visillos, a veces el llanto de Nicholas, la voz de la niñera intentando calmarlo.
Las cartas, sin embargo, traslucen una dicha que no siente, que le es extraña, una actuación a la que asiste incrédula pero a la que se entrega en cuerpo y alma; una forma de ocultar heridas. Su madre no es capaz de tomarla en serio; eso lo sabe bien. Más aun: no dejará que su hija se tome en serio. Ha hecho del orgullo su principal arma, un orgullo que a menudo deriva en inconsciencia, que basa toda su fuerza en la negación, en un desprecio casi aristocrático de las cosas: no hay que nombrarlas, sólo una curiosidad enfermiza se demora en ellas. Sylvia responde sin prisas y luego anota en su diario: Hoy llegó la colmena. Apenas tiempo para verla, pero la idea es trabajar mañana. Carta a mi madre, cada vez con menos ganas. Llueve, pero ha remitido el frío. Luego, el comienzo de la anotación deriva hacia un poema: de un trazo, apenas media hora, la extrañeza de la creación, un poco de fiebre.
En cierto momento, la niñera llama a la puerta y entra preguntando por los pañales; tú le dedicas una sonrisa, detenida y absorta, igual que un autómata: como si llamaran del otro lado. Luego dobla con cuidado la carta y la introduce en un sobre; un par de correcciones finales mientras pasea por el cuarto. Echa un vistazo afuera, cierra la ventana, escucha el ruido mecánico de los grillos. Ordena su mesa; cuando reciba esta carta, piensa.
Puedo sentir el mar, o un fondo de campanas.
El ruido de gaviotas me reconforta, alivia
mis ataques. De vez en cuando una enfermera
ajusta la almohada o remete las sábanas
hasta que siento un peso en mi barbilla
y no hay frío. Los gritos que escucho en la distancia
son eco y droga. Me visitan madres, parientes,
pero me canso pronto y ellos dudan. Los días
sisean como ancianas y un instinto de sol
agita las cortinas: es agrio como el alma,
y desmedido, y turbio. Hay una hoja al pairo
en mis venas, y cada noche se abre camino
hasta el nudo preciso de mi piel. Y si atiendo
siento el rumor del agua y de una quilla
surcando el oleaje de la lengua.
II. Court Green, Devon (1962)
La luna invariable. Una tierra como de amanecida al final de la tarde donde se decantan las luces, el cristal húmedo de los campos, el olmo oscuro y viejo cerca del huerto. Da de comer a los niños, dirige sus últimas instrucciones a la niñera, se encierra en su cuarto. Todavía es pronto. Pese a que el día dura hoy más de lo preciso, siente la voluntad de la escritura como una tabla salvadora. Las cartas de su madre, amontonadas en un extremo del escritorio, abiertas con prisa, exigen una respuesta que se hace cada noche más cuesta arriba. El olor de la hierba, de la madera que cubre el techo, la luz desflecada en los visillos, a veces el llanto de Nicholas, la voz de la niñera intentando calmarlo.
Las cartas, sin embargo, traslucen una dicha que no siente, que le es extraña, una actuación a la que asiste incrédula pero a la que se entrega en cuerpo y alma; una forma de ocultar heridas. Su madre no es capaz de tomarla en serio; eso lo sabe bien. Más aun: no dejará que su hija se tome en serio. Ha hecho del orgullo su principal arma, un orgullo que a menudo deriva en inconsciencia, que basa toda su fuerza en la negación, en un desprecio casi aristocrático de las cosas: no hay que nombrarlas, sólo una curiosidad enfermiza se demora en ellas. Sylvia responde sin prisas y luego anota en su diario: Hoy llegó la colmena. Apenas tiempo para verla, pero la idea es trabajar mañana. Carta a mi madre, cada vez con menos ganas. Llueve, pero ha remitido el frío. Luego, el comienzo de la anotación deriva hacia un poema: de un trazo, apenas media hora, la extrañeza de la creación, un poco de fiebre.
En cierto momento, la niñera llama a la puerta y entra preguntando por los pañales; tú le dedicas una sonrisa, detenida y absorta, igual que un autómata: como si llamaran del otro lado. Luego dobla con cuidado la carta y la introduce en un sobre; un par de correcciones finales mientras pasea por el cuarto. Echa un vistazo afuera, cierra la ventana, escucha el ruido mecánico de los grillos. Ordena su mesa; cuando reciba esta carta, piensa.
22.9.09
en blanco
¿De qué palabras,
de qué
desnudo ocasional serás privado
cuando el tiempo del esplendor remita,
cuando pasión y oficio
se nieguen sin afán
sobre las sábanas gastadas
de los días?
¿De qué sentido,
de qué temblor profundo
serás privado
en la vejez angosta del disfraz,
asombrado de verte así,
envuelto en la renuncia,
sin luz que te desnude
ante el franco impudor de tu deseo,
vestido al fin para la muerte?
de qué
desnudo ocasional serás privado
cuando el tiempo del esplendor remita,
cuando pasión y oficio
se nieguen sin afán
sobre las sábanas gastadas
de los días?
¿De qué sentido,
de qué temblor profundo
serás privado
en la vejez angosta del disfraz,
asombrado de verte así,
envuelto en la renuncia,
sin luz que te desnude
ante el franco impudor de tu deseo,
vestido al fin para la muerte?
21.9.09
en la terraza
Un día más, cautivo del reloj,
madura el escenario de la tarde,
su armoniosa maraña
(tejados y jardines, el curso del canal
con árboles al fondo,
el parque abandonado)
que implica al que lo mira
en un mapa de ausencias,
donde ceden las formas
al lento escamoteo de sí mismas.
En la frontera ingrávida
que junta día y noche, lo que existe
juega a la inexistencia,
se aventura, tal vez, en el camino
de su disolución. Es una disciplina,
un trato entre el mirar y lo mirado.
Todo aparenta, entonces,
aligerarse, como si en la sombra
latiera aún la levedad del tránsito,
el vuelo irreversible de la luz.
Al fondo, adormecida, la arboleda
destila una vez más esa humedad
que desdibuja el mundo:
coronando sus copas
vuelan los estorninos, se detiene la brisa,
el cielo es un estuario amoratado
que fluye hacia la noche. Todo calla
bajo la fiel marea de la desposesión.
Y éste que ahora se asoma a la terraza,
llevado de la intriga y el asombro,
sabe que en su interior
vuelve a brotar la luz, indescifrable,
lección de permanencia
que enciende la memoria
al apagar el mundo.
madura el escenario de la tarde,
su armoniosa maraña
(tejados y jardines, el curso del canal
con árboles al fondo,
el parque abandonado)
que implica al que lo mira
en un mapa de ausencias,
donde ceden las formas
al lento escamoteo de sí mismas.
En la frontera ingrávida
que junta día y noche, lo que existe
juega a la inexistencia,
se aventura, tal vez, en el camino
de su disolución. Es una disciplina,
un trato entre el mirar y lo mirado.
Todo aparenta, entonces,
aligerarse, como si en la sombra
latiera aún la levedad del tránsito,
el vuelo irreversible de la luz.
Al fondo, adormecida, la arboleda
destila una vez más esa humedad
que desdibuja el mundo:
coronando sus copas
vuelan los estorninos, se detiene la brisa,
el cielo es un estuario amoratado
que fluye hacia la noche. Todo calla
bajo la fiel marea de la desposesión.
Y éste que ahora se asoma a la terraza,
llevado de la intriga y el asombro,
sabe que en su interior
vuelve a brotar la luz, indescifrable,
lección de permanencia
que enciende la memoria
al apagar el mundo.
20.9.09
canción de tormenta
Escucha el ulular del viento contra el muro;
la hiedra, las acacias baten la piedra sin descanso
y dividen el tiempo como tiernas cuchillas.
Yo te he visto en los intervalos: la luz
a rachas alumbraba tu rostro en la tormenta.
Eras tú y no eras: pues en la oscuridad
yo te llamaba y tú me respondías,
y también era tuya esa negrura,
tuya como el eco absurdo del viento.
la hiedra, las acacias baten la piedra sin descanso
y dividen el tiempo como tiernas cuchillas.
Yo te he visto en los intervalos: la luz
a rachas alumbraba tu rostro en la tormenta.
Eras tú y no eras: pues en la oscuridad
yo te llamaba y tú me respondías,
y también era tuya esa negrura,
tuya como el eco absurdo del viento.
19.9.09
tigre blanco
Variedad de tigre noctámbulo cuya piel, a lo largo de generaciones, ha palidecido a la luz de la luna. El color resultante, de un blanco fosforescente en noches de claridad, le rodea de un aura de terror irresistible a ojos de sus víctimas. En los ejemplares más recientes, las rayas negras que cruzaban su piel acaban por desprenderse, desprovistas del ancla del color. Con ellas construyen jaulas para sus presas, a las que durante noches someten a la acción de la luna, pues temen indigestarse con el exceso de color.
18.9.09
constatación del miedo
Torvo y locuaz a un tiempo,
el vuelo de estos cuervos
que niegan cielos y jardines
en la fría mañana de febrero
tiene tono y dicción de alegoría
o precisa metáfora del miedo
mientras la página desnuda
confirma mi impotencia.
Nada tengo,
no hay cielo ni jardín ante los ojos
que conduzca al relato minucioso
de asombros y alegrías. Sólo
el vuelo de estos cuervos
(su sombra como un mal presagio)
podría llevarme a escribir
lo que su vuelo espanta con violencia:
prisionero de antiguas dejaciones,
el temor es mi asunto y mi silencio.
el vuelo de estos cuervos
que niegan cielos y jardines
en la fría mañana de febrero
tiene tono y dicción de alegoría
o precisa metáfora del miedo
mientras la página desnuda
confirma mi impotencia.
Nada tengo,
no hay cielo ni jardín ante los ojos
que conduzca al relato minucioso
de asombros y alegrías. Sólo
el vuelo de estos cuervos
(su sombra como un mal presagio)
podría llevarme a escribir
lo que su vuelo espanta con violencia:
prisionero de antiguas dejaciones,
el temor es mi asunto y mi silencio.
17.9.09
febrero y parque
La mañana es un parque de paso
con palomas en corro y bancos impasibles,
el lugar de la sombra y sus placas de frío,
el tiempo de la urgencia y sus tercos atajos.
Parque urbano, modesto,
que ofrece su hormigón y sus parterres
para que nadie se demore,
que congrega vientos y gabardinas
en su largo transcurso a ningún sitio,
echa en falta la luz,
el calor de la luz,
tal vez un rostro que la acoja y multiplique.
Aguardando tenaz el mediodía,
siente que el tiempo no le ayuda,
que todo llega tarde y sin fragancia:
le abruman las fachadas,
su almenar desdeñoso,
el brillo de mercurio de tantos ventanales
que son un mismo azogue impenetrable.
Ya el parque se lamenta, taciturno,
agrisando sus setos y sus charcos,
hostil con los tres viejos
que conversan sin prisa, sin palabras.
No advierte, arriba, el ápice del sol
en los tejados encendidos,
la blanca medialuna que viene a reanimarle.
Su despecho es un sueño terminal
de sombras que se abrazan bajo un sol agotado
y nubes que desvelan las altas cristaleras.
con palomas en corro y bancos impasibles,
el lugar de la sombra y sus placas de frío,
el tiempo de la urgencia y sus tercos atajos.
Parque urbano, modesto,
que ofrece su hormigón y sus parterres
para que nadie se demore,
que congrega vientos y gabardinas
en su largo transcurso a ningún sitio,
echa en falta la luz,
el calor de la luz,
tal vez un rostro que la acoja y multiplique.
Aguardando tenaz el mediodía,
siente que el tiempo no le ayuda,
que todo llega tarde y sin fragancia:
le abruman las fachadas,
su almenar desdeñoso,
el brillo de mercurio de tantos ventanales
que son un mismo azogue impenetrable.
Ya el parque se lamenta, taciturno,
agrisando sus setos y sus charcos,
hostil con los tres viejos
que conversan sin prisa, sin palabras.
No advierte, arriba, el ápice del sol
en los tejados encendidos,
la blanca medialuna que viene a reanimarle.
Su despecho es un sueño terminal
de sombras que se abrazan bajo un sol agotado
y nubes que desvelan las altas cristaleras.
16.9.09
despojos
La luz de media tarde entre la hiedra,
la lumbre inextinguible de algún sueño,
el niño que se ahoga de risa en su columpio,
el temblor repentino de tus muslos,
el calor que insinúan tus mejillas
al despertarte embriagada de sueño,
respirar el vaho gris de la escarcha,
jugar al abandono en estas calles
donde la claridad nos perfila extranjeros,
el cielo como un largo balbuceo de azul,
las tormentas de julio, tan veloces,
el aroma dulzón del descampado…
Cuánto nos pertenece, sin que importe escribirlo.
la lumbre inextinguible de algún sueño,
el niño que se ahoga de risa en su columpio,
el temblor repentino de tus muslos,
el calor que insinúan tus mejillas
al despertarte embriagada de sueño,
respirar el vaho gris de la escarcha,
jugar al abandono en estas calles
donde la claridad nos perfila extranjeros,
el cielo como un largo balbuceo de azul,
las tormentas de julio, tan veloces,
el aroma dulzón del descampado…
Cuánto nos pertenece, sin que importe escribirlo.
15.9.09
una vida
1. Aquí y ahora. Sin remedio. Ciegos embates.
2. Nació con sendas frases grabadas en las palmas de sus manos. La frase de la mano izquierda estaba escrita del derecho; la frase de la diestra, del revés. Cuando doblaba una de sus manos en un puño la palma de la otra resplandecía.
3. Escogido al azar. Inseguro y mudable. Filamento de sangre, breve como el caer de una hoja.
4. Ella era una extensión de su cuerpo. Ella era el límite absoluto de su cuerpo. Cara y cruz, moneda tácita para entrar al mundo.
5. Niño incierto. Se mojaba los pies en el agua, tímidamente. Cada vez que reía, una extensa marea bañaba el arrecife de las horas.
6. Las cosas no eran lo que parecían. Quiso ayudarlas.
7. Animales a cada instante, comiendo de su mano. Allá lejos, la eternidad. Un cielo en el que siempre ocurren maravillas, un rostro que le observa y al que dice palabras. Grandes olas golpean la playa y él escucha el latir de su sangre, rotundo y sin sentido.
8. Todo era difícil. Tenía que pararse antes de hablar. Tenía que callar antes de alzar el vuelo.
9. Este pensar haciendo lazadas en el vacío. Este pensar pisando las aguas del lago. La bella ingravidez.
10. Celebró su mayoría de edad viendo pasar las nubes. No logró distinguir ninguna forma.
11. Alguien quería convencerle de lo contrario. Se dejó cortejar.
12. Procesiones de hormigas recogían sus frases y las partían en dos y en tres. Cada cual escogía su preferida, se la llevaba a casa entre los dientes, la edulcoraba con salivas nocturnas, la hiel de las sospechas.
13. El camino se hallaba atravesado por puentes que iban y venían en todas direcciones, y eran mujeres arqueadas en las posturas más disímiles, desnudas, mostrando con orgullo la penumbra imantada de sus sexos.
14. Si tan sólo pudiera detenerse. Si tan sólo pudiera tener, pájaro palpitante, el tiempo entre sus manos.
15. La cabeza en las nubes. Libros bien ordenados en las estanterías. El acordeón del sexo animando las horas, sus sístoles y diástoles. Corazón prevenido.
16. Los fantasmas roían la ciudad y no había lugar para los vivos. Tocó madera. Comió sin continencia.
17. Nubes de polen a la luz oblicua de la tarde. Un aire sutil mueve las acacias y despierta retinas, vislumbres, lujurias tardías. Tú eres mi sueño, verde sueño de existencia, frágil pero perdurable.
18. Ser invisible no es tan arduo, pensó. Caminar por el parque y que hasta las raíces parezcan apartarse. Los niños me atraviesan con sus juegos. Las mujeres están cansadas de sus padres. Soy un puñado de ceniza que espera un viento favorable. Soy la mano escogida para aventarme.
19. Para qué la imaginación. Los monstruos se volvieron demasiado reales.
20. Lo primero que vio fue un parpadeo, los dos lingotes de sus torres centelleando al sol. La ciudad prometida. Al principio no quiso verla. Todo inmenso, irreal como un burdo espejismo. Sólo sus pasos no decían mentira. Sólo sus pasos le condenaban.
21. Ciegos embates. Sin remedio. Aquí y ahora. Al fin.
22. Nada ocurrió. Nada dejó nunca de ocurrir.
2. Nació con sendas frases grabadas en las palmas de sus manos. La frase de la mano izquierda estaba escrita del derecho; la frase de la diestra, del revés. Cuando doblaba una de sus manos en un puño la palma de la otra resplandecía.
3. Escogido al azar. Inseguro y mudable. Filamento de sangre, breve como el caer de una hoja.
4. Ella era una extensión de su cuerpo. Ella era el límite absoluto de su cuerpo. Cara y cruz, moneda tácita para entrar al mundo.
5. Niño incierto. Se mojaba los pies en el agua, tímidamente. Cada vez que reía, una extensa marea bañaba el arrecife de las horas.
6. Las cosas no eran lo que parecían. Quiso ayudarlas.
7. Animales a cada instante, comiendo de su mano. Allá lejos, la eternidad. Un cielo en el que siempre ocurren maravillas, un rostro que le observa y al que dice palabras. Grandes olas golpean la playa y él escucha el latir de su sangre, rotundo y sin sentido.
8. Todo era difícil. Tenía que pararse antes de hablar. Tenía que callar antes de alzar el vuelo.
9. Este pensar haciendo lazadas en el vacío. Este pensar pisando las aguas del lago. La bella ingravidez.
10. Celebró su mayoría de edad viendo pasar las nubes. No logró distinguir ninguna forma.
11. Alguien quería convencerle de lo contrario. Se dejó cortejar.
12. Procesiones de hormigas recogían sus frases y las partían en dos y en tres. Cada cual escogía su preferida, se la llevaba a casa entre los dientes, la edulcoraba con salivas nocturnas, la hiel de las sospechas.
13. El camino se hallaba atravesado por puentes que iban y venían en todas direcciones, y eran mujeres arqueadas en las posturas más disímiles, desnudas, mostrando con orgullo la penumbra imantada de sus sexos.
14. Si tan sólo pudiera detenerse. Si tan sólo pudiera tener, pájaro palpitante, el tiempo entre sus manos.
15. La cabeza en las nubes. Libros bien ordenados en las estanterías. El acordeón del sexo animando las horas, sus sístoles y diástoles. Corazón prevenido.
16. Los fantasmas roían la ciudad y no había lugar para los vivos. Tocó madera. Comió sin continencia.
17. Nubes de polen a la luz oblicua de la tarde. Un aire sutil mueve las acacias y despierta retinas, vislumbres, lujurias tardías. Tú eres mi sueño, verde sueño de existencia, frágil pero perdurable.
18. Ser invisible no es tan arduo, pensó. Caminar por el parque y que hasta las raíces parezcan apartarse. Los niños me atraviesan con sus juegos. Las mujeres están cansadas de sus padres. Soy un puñado de ceniza que espera un viento favorable. Soy la mano escogida para aventarme.
19. Para qué la imaginación. Los monstruos se volvieron demasiado reales.
20. Lo primero que vio fue un parpadeo, los dos lingotes de sus torres centelleando al sol. La ciudad prometida. Al principio no quiso verla. Todo inmenso, irreal como un burdo espejismo. Sólo sus pasos no decían mentira. Sólo sus pasos le condenaban.
21. Ciegos embates. Sin remedio. Aquí y ahora. Al fin.
22. Nada ocurrió. Nada dejó nunca de ocurrir.
14.9.09
escorpión blanco
Habitante solitario de los cementerios de marfil y huesos encanecidos que puntean las lindes de la jungla, este pequeño escorpión del color de la leche cumple con serena eficiencia su trabajo de verdugo de los viejos elefantes que han venido a morir, no menos serenamente, al templo de sus antepasados. Su pinchazo es indoloro pero mortal, con frecuencia ayudado por la debilidad y el cansancio de sus víctimas. Convive en frágil armonía con los buitres y cuervos que sobrevuelan ansiosos las grandes osamentas, pero no los teme: inicia lo que ellos completan y vive de los restos que dejan. Su veneno es la destilación de la carne que deshace bajo los huesos en apariencia limpios y su hogar la penumbra de las pocas raíces que surgen al aire, pero su blancura, según dicen las leyendas nativas, tiene otro origen: es la blancura de un hueso que no se resignó a su fin y resucitó con nueva forma, la palidez secreta de lo que busca regresar al tiempo y es sólo, sin saberlo, un enviado de la muerte.
13.9.09
árbol
Abro la puerta, y el olor del agua
al horadar la tierra entra en la sala:
lento vapor que liga el aire y deja
una semilla de alegría
en la piel:
pasan las horas,
la lluvia no remite,
la semilla se ha vuelto tallo
y se enrosca en torno a mi cuerpo;
afuera llueve, pero un sol se alza
ante mis ojos, que ya olvidan
el gris vencido de la lluvia:
árbol que ofrece luz, no sombra,
bajo sus ramas
sonrío, sin saber por qué sonrío.
al horadar la tierra entra en la sala:
lento vapor que liga el aire y deja
una semilla de alegría
en la piel:
pasan las horas,
la lluvia no remite,
la semilla se ha vuelto tallo
y se enrosca en torno a mi cuerpo;
afuera llueve, pero un sol se alza
ante mis ojos, que ya olvidan
el gris vencido de la lluvia:
árbol que ofrece luz, no sombra,
bajo sus ramas
sonrío, sin saber por qué sonrío.
12.9.09
blue hotel
Al hilo de la siesta las callejas se adensan
en un silencio impenetrable; es entonces
cuando, en este verano solícito, la luz
ensaya su apariencia más palpable
y gravita tenaz sobre el asfalto,
confirma las virtudes del sosiego.
Crecen en esta hora extrañas formas
de la belleza: el fardo demudado del aire,
la quietud de metal de las ramas, la terca
grisalla de estos muros que la hierba puntea.
Miro el conjunto con desgana
desde el abrigo fiel de nuestro cuarto
y me miro igualmente a su través:
apenas una sombra en el cristal,
un súbito estremecimiento,
este molino en la cabeza
que me recuerda el tiempo transcurrido.
Tendida entre las sábanas, casi desnuda,
te desperezas vacilante,
con gestos tan fingidos que tú misma sonríes.
Tomo conciencia entonces de mi cuerpo
y me aguija esta rara semejanza
con las cosas que ahora nos rodean:
así las calles o mi cuerpo, tanto da,
la gris materia inerte
a manos de la luz o en tus manos de luz,
lo que espera a vivir, y a vivir con violencia,
en el seguro pálpito que envuelve y enardece.
en un silencio impenetrable; es entonces
cuando, en este verano solícito, la luz
ensaya su apariencia más palpable
y gravita tenaz sobre el asfalto,
confirma las virtudes del sosiego.
Crecen en esta hora extrañas formas
de la belleza: el fardo demudado del aire,
la quietud de metal de las ramas, la terca
grisalla de estos muros que la hierba puntea.
Miro el conjunto con desgana
desde el abrigo fiel de nuestro cuarto
y me miro igualmente a su través:
apenas una sombra en el cristal,
un súbito estremecimiento,
este molino en la cabeza
que me recuerda el tiempo transcurrido.
Tendida entre las sábanas, casi desnuda,
te desperezas vacilante,
con gestos tan fingidos que tú misma sonríes.
Tomo conciencia entonces de mi cuerpo
y me aguija esta rara semejanza
con las cosas que ahora nos rodean:
así las calles o mi cuerpo, tanto da,
la gris materia inerte
a manos de la luz o en tus manos de luz,
lo que espera a vivir, y a vivir con violencia,
en el seguro pálpito que envuelve y enardece.
11.9.09
herida
Mira bien lo que dices,
el húmedo algodón,
la gasa carmesí donde se aquietan
los bríos de otro tiempo, el terco azar.
Esto que ha muerto es el reflejo
donde dura tu vida.
Esto que ha muerto,
sangre parada sobre blanco.
Perfecta conclusión
que no concluye,
dice lo que hay en ti de sordomudo,
lo íntimo de ti que no sabías
y duele al desplegarlo, frágil,
como una herida.
el húmedo algodón,
la gasa carmesí donde se aquietan
los bríos de otro tiempo, el terco azar.
Esto que ha muerto es el reflejo
donde dura tu vida.
Esto que ha muerto,
sangre parada sobre blanco.
Perfecta conclusión
que no concluye,
dice lo que hay en ti de sordomudo,
lo íntimo de ti que no sabías
y duele al desplegarlo, frágil,
como una herida.
10.9.09
mayo
… and in their branching veins
the eloquent blood told an ineffable tale.
P. B. Shelley
the eloquent blood told an ineffable tale.
P. B. Shelley
Con sus garfios de lluvia densa y súbita
la tormenta rompió sobre las calles
y puso en vilo el vuelo del gorrión,
la trama sensitiva de la tarde.
Mueve ahora los árboles un viento
bufante, impredecible, que golpea
la ventana entreabierta y clava en mí
su tierno arpón de aromas. Cae el agua,
cae pesadamente con sus limos
que arrastran otra vez tanta fatiga,
y hasta el alféizar donde me demoro
sube el espectro de la tierra húmeda,
su aliento inquisitivo de metales.
¿Qué vienes a decirme, bruma lábil
que invades el salón con tus tentáculos
de oscura primavera, dibujando
sobre mi carne una intuición de herrumbre,
un frescor exhumado que la salva
de su acritud, de su sonambulismo?
¿Qué persigues con tus palabras ávidas,
penumbra que despierta y me despierta,
fosa opulenta al centro de esta hora?
Abajo, sin respuesta, pasan coches,
se mecen discordantes las acacias
sembrando de racimos el asfalto,
el negro escandaloso de otro cielo.
(Lo oscuro está preñado de materia,
de una espera que vive y se desvive
bajo las formas grávidas del tiempo.)
La tarde es inminencia, cuerpo alerta.
Oigo crujir las ramas vulnerables
y otro árbol se mece en mí, plegado
al incierto engranaje del asombro,
con su aire que empuja y desordena
las ramas de mi sangre, de esta sangre
elocuente que vuelve a desgranar
para el único espectador que soy
su recuento indecible.
9.9.09
plegaria
Río del corazón, deja mi cuerpo
y enhébrate a la tierra,
da nombre a las regiones que no he de atravesar,
sacia la sed de las mujeres con las que sueño.
Río incesante, funda ciudades míticas
y fluye bajo puentes que la peste asedió,
toldos de mercaderes y pícaros sin suerte.
Lame los pergaminos, tiembla entre líneas,
alumbra las pupilas de severos doctores.
Que los niños tiznados te frecuenten
y las sirvientas te confíen su desamparo.
Río del corazón, puebla la tierra, puebla los tiempos,
háblanos sin descanso del vivir y el morir.
y enhébrate a la tierra,
da nombre a las regiones que no he de atravesar,
sacia la sed de las mujeres con las que sueño.
Río incesante, funda ciudades míticas
y fluye bajo puentes que la peste asedió,
toldos de mercaderes y pícaros sin suerte.
Lame los pergaminos, tiembla entre líneas,
alumbra las pupilas de severos doctores.
Que los niños tiznados te frecuenten
y las sirvientas te confíen su desamparo.
Río del corazón, puebla la tierra, puebla los tiempos,
háblanos sin descanso del vivir y el morir.
8.9.09
regreso a sheffield
Bajo el cielo arrasado
de febrero, contempla
con los ojos de entonces
esta ciudad de nieve
y tercas ruinas, mira
con antigua inocencia
lo que ahora es costumbre,
agostada presencia,
luz fría bajo el cielo
arrasado de invierno.
Quién regresa, qué buscas
con inquietud cansada
en las calles sin nadie
si todo prendió fuego,
ardió en la hoguera negra
de la palabra. Llama
que fue deseo, nada
te queda de aquel tiempo:
letra muerta, aridez,
desnutrido fulgor
que los ojos remedan
esperando un sentido.
No hay regreso posible.
Tu ciudad ya no existe.
¿Existió alguna vez?
Conocías sus calles
pues nacieron en ti.
Tu ciudad era espejo
donde lentas palabras
te miraron mirándola:
blanco espejo empañado
de tu aliento. Extranjero
entre sombras, tú vuelves
para no verte, niegas
tu antigua voz. Borrada
inocencia, febrero
es silencio en tus labios,
luz arrasada, muda
ciudad inexistente.
de febrero, contempla
con los ojos de entonces
esta ciudad de nieve
y tercas ruinas, mira
con antigua inocencia
lo que ahora es costumbre,
agostada presencia,
luz fría bajo el cielo
arrasado de invierno.
Quién regresa, qué buscas
con inquietud cansada
en las calles sin nadie
si todo prendió fuego,
ardió en la hoguera negra
de la palabra. Llama
que fue deseo, nada
te queda de aquel tiempo:
letra muerta, aridez,
desnutrido fulgor
que los ojos remedan
esperando un sentido.
No hay regreso posible.
Tu ciudad ya no existe.
¿Existió alguna vez?
Conocías sus calles
pues nacieron en ti.
Tu ciudad era espejo
donde lentas palabras
te miraron mirándola:
blanco espejo empañado
de tu aliento. Extranjero
entre sombras, tú vuelves
para no verte, niegas
tu antigua voz. Borrada
inocencia, febrero
es silencio en tus labios,
luz arrasada, muda
ciudad inexistente.
7.9.09
puma estrellado
En noches de oscuridad cerrada esta variedad de puma salvaje se ilumina como un firmamento de estrellas diminutas, límpidas como alfileres. Su piel es un trozo de cielo y en ella, como en todos los cielos, es posible leer astros, planetas, cometas, galaxias, la Vía Láctea en todo su esplendor. Mas también, como en todos los cielos, es posible leer a su través, más allá del firmamento, en las regiones inéditas donde el vacío es rey, donde el silencio gobierna entre frío y polvo estéril, donde –intruso en una tierra que desconoce– no hay lugar para el hombre y sus leyes.
6.9.09
otros inviernos
Huraña luz de enero, aún recuerdo
tu resplandor sin nadie,
el frío del azul en la garganta,
el aliento helador con que el silencio
salía a recibirnos,
la equívoca extensión del alba
camino de la escuela y el desmonte,
entre zanjas y charcos al azar
que contenían otro cielo
hecho de fugas, ráfagas, reflejos,
como un río se esconde bajo tierra
y la cruza o devora,
aguas de claridad tumultuosa,
secretas desazones que atraviesan los años
y bañan, emergidas, otro enero, otro invierno,
mientras vago sin rumbo
por las calles de Sheffield, y descubro,
o creo descubrir,
bajo la tela cárdena del día,
la misma luz, la misma sombra huraña,
como una geometría
de aristas y vacíos que ordenara
el ladrillo locuaz de las fachadas,
el hormigón cubierto de verdín de los muros,
el asfalto de los aparcamientos
donde pasea el niño que fui, que soy aún,
rumbo a no sé qué escuela
de la que nadie nunca me avisara.
tu resplandor sin nadie,
el frío del azul en la garganta,
el aliento helador con que el silencio
salía a recibirnos,
la equívoca extensión del alba
camino de la escuela y el desmonte,
entre zanjas y charcos al azar
que contenían otro cielo
hecho de fugas, ráfagas, reflejos,
como un río se esconde bajo tierra
y la cruza o devora,
aguas de claridad tumultuosa,
secretas desazones que atraviesan los años
y bañan, emergidas, otro enero, otro invierno,
mientras vago sin rumbo
por las calles de Sheffield, y descubro,
o creo descubrir,
bajo la tela cárdena del día,
la misma luz, la misma sombra huraña,
como una geometría
de aristas y vacíos que ordenara
el ladrillo locuaz de las fachadas,
el hormigón cubierto de verdín de los muros,
el asfalto de los aparcamientos
donde pasea el niño que fui, que soy aún,
rumbo a no sé qué escuela
de la que nadie nunca me avisara.
4.9.09
revés del asombro
No hay tiempo en el instante del asombro
sino el cruce tal vez de muchos tiempos,
baraja ensimismada en un abismo
con fondo en el imán de lo indecible.
Hacia esa lumbre miran tus palabras.
Hacia esa tea que sostiene, alerta,
el ávido crupier de los sentidos.
Desenreda sus hilos el instante:
la ingrávida sorpresa, el resplandor,
la feliz aprensión con que una puerta
invita a completar nuestra existencia…
Ignoras que esa luz no te consiente.
Tiempo palpable en el umbral incierto,
tu afán es un enjambre de palabras
que esculpen en el aire su derrota.
sino el cruce tal vez de muchos tiempos,
baraja ensimismada en un abismo
con fondo en el imán de lo indecible.
Hacia esa lumbre miran tus palabras.
Hacia esa tea que sostiene, alerta,
el ávido crupier de los sentidos.
Desenreda sus hilos el instante:
la ingrávida sorpresa, el resplandor,
la feliz aprensión con que una puerta
invita a completar nuestra existencia…
Ignoras que esa luz no te consiente.
Tiempo palpable en el umbral incierto,
tu afán es un enjambre de palabras
que esculpen en el aire su derrota.
3.9.09
biografía
Van Gogh las luces de un prostíbulo olvidado
que a nada conducen sino a la muerte qué suspiro la muerte
él esparce trementina sobre las telas profanadas detrás una cuchilla
implacable surcó la oreja elegida por la locura París los tilos
en el parque abrazando un sol derramado a cada instante
de fatiga se te va la vista poco a poco de hecho
hace ya tiempo que te dejaron los amigos también
los francos hace daño pensar en un cielo así ahí arriba
o en el sol o en un campo de trigo fulminado por el sueño divino
qué maldición han debido de trazar mis dedos Señor y tú tú
apenas una sombra al otro lado del espejo se nos va el demonio
se nos va el demonio y la luz pero crece otra no sé dónde
hay en tus ojos brasas extinguidas fíjate
una pistola suena en el vacío del hotel y tensa en un arco
la muerte en un segundo el doctor palpó con invisible gesto
el pecho del paciente qué débil suspiro la muerte en el suelo
el cuerpo del pintor yace inerme
que a nada conducen sino a la muerte qué suspiro la muerte
él esparce trementina sobre las telas profanadas detrás una cuchilla
implacable surcó la oreja elegida por la locura París los tilos
en el parque abrazando un sol derramado a cada instante
de fatiga se te va la vista poco a poco de hecho
hace ya tiempo que te dejaron los amigos también
los francos hace daño pensar en un cielo así ahí arriba
o en el sol o en un campo de trigo fulminado por el sueño divino
qué maldición han debido de trazar mis dedos Señor y tú tú
apenas una sombra al otro lado del espejo se nos va el demonio
se nos va el demonio y la luz pero crece otra no sé dónde
hay en tus ojos brasas extinguidas fíjate
una pistola suena en el vacío del hotel y tensa en un arco
la muerte en un segundo el doctor palpó con invisible gesto
el pecho del paciente qué débil suspiro la muerte en el suelo
el cuerpo del pintor yace inerme
2.9.09
suceso
No estábamos allí cuando ocurrió.
Íbamos de camino a otra ciudad,
otra vida,
bajo un cielo cambiante que se movía con nosotros.
Cruzamos campos verdes, amarillos,
pueblos de gente suspicaz y cuervos impasibles,
y ni una vez echamos a faltar nuestra casa
o sentimos nostalgia del pasado.
Así era el viaje:
por la noche silencio,
a la mañana niebla.
Una vez encontré un botón de hojalata en el bolsillo
y jugué a sostenerlo bajo el sol,
arrojando destellos a las altas espigas.
Luego fue una moneda usada
y tuvimos el paso franco en todos los controles.
Las llanuras de Europa son testigo.
Ellas saben también que algo ocurrió,
aunque nunca lo viéramos.
Íbamos de camino a otro país,
otra vida,
sin bultos estridentes,
sin espacio para el recuerdo.
Todo cedía a nuestra espalda,
ahora silencio y luego niebla.
Íbamos de camino a otra ciudad,
otra vida,
bajo un cielo cambiante que se movía con nosotros.
Cruzamos campos verdes, amarillos,
pueblos de gente suspicaz y cuervos impasibles,
y ni una vez echamos a faltar nuestra casa
o sentimos nostalgia del pasado.
Así era el viaje:
por la noche silencio,
a la mañana niebla.
Una vez encontré un botón de hojalata en el bolsillo
y jugué a sostenerlo bajo el sol,
arrojando destellos a las altas espigas.
Luego fue una moneda usada
y tuvimos el paso franco en todos los controles.
Las llanuras de Europa son testigo.
Ellas saben también que algo ocurrió,
aunque nunca lo viéramos.
Íbamos de camino a otro país,
otra vida,
sin bultos estridentes,
sin espacio para el recuerdo.
Todo cedía a nuestra espalda,
ahora silencio y luego niebla.
1.9.09
urraca tejedora
Cae la tarde y las urracas pueblan el aire con su indescifrable coreografía: una trenza de hilos negros y blancos que vela o resalta la luz, según el dictado de sus alas y el deseo de quien las mira tras la ventana. En esa red que filtra el último resplandor del día brillan unas pocas formas, las que merecen salvarse y que las urracas esconden luego en sus nidos, como joyas baratas o cuentas de vidrio. En esos nidos están nuestras memorias, las palabras que dijimos y nos dijeron, los gestos que resumen nuestro tiempo, en esos nidos que sólo descubriremos cuando sea tarde y nada importen la luz, la noche inminente, lo que fuimos.
31.8.09
en el cerro
Se enturbia la mirada, y el aire de la tarde
humea como brasa contra un fondo
de velas sopladas y espuma rota.
El mar es la respiración, la espera.
Tomadas por el grueso sol de agosto,
las rocas se deslizan hasta el agua.
Un charco se consume entre destellos.
La sal brilla en los flancos chorreantes.
Verano, en tu temblor enceguecido
aprendo la constancia del azul.
Bajo el vuelo tenaz de las gaviotas,
soy uno con el tiempo del agua remansada.
humea como brasa contra un fondo
de velas sopladas y espuma rota.
El mar es la respiración, la espera.
Tomadas por el grueso sol de agosto,
las rocas se deslizan hasta el agua.
Un charco se consume entre destellos.
La sal brilla en los flancos chorreantes.
Verano, en tu temblor enceguecido
aprendo la constancia del azul.
Bajo el vuelo tenaz de las gaviotas,
soy uno con el tiempo del agua remansada.
30.8.09
belfast, julio 1988
Hiere el sol
como un puñado de alfileres rotos:
la mañana es aquí, según vieja costumbre,
un fiel presentimiento de neblina
o una música ciega
que dice provenir del norte.
En algún sitio hay gente que oye misa
o entona dulces cantos de batalla
a un dios equivocado.
Entretanto, compruebo signos,
indicios tópicos y bien visibles
que hablan de una existencia sórdida:
tras los muros pintados
los escombros ocultan el hogar de otro tiempo:
los relojes del té, la cerámica ajada,
la gravedad del tiempo
en viejas fotos de marinos.
Es aquí, como de costumbre, el miedo,
la lengua en cal viva de la mañana,
este huraño sometimiento
que dibujan los lechos y las sílabas.
A su borrada luz,
me cuesta imaginar otro silencio
para la muerte.
como un puñado de alfileres rotos:
la mañana es aquí, según vieja costumbre,
un fiel presentimiento de neblina
o una música ciega
que dice provenir del norte.
En algún sitio hay gente que oye misa
o entona dulces cantos de batalla
a un dios equivocado.
Entretanto, compruebo signos,
indicios tópicos y bien visibles
que hablan de una existencia sórdida:
tras los muros pintados
los escombros ocultan el hogar de otro tiempo:
los relojes del té, la cerámica ajada,
la gravedad del tiempo
en viejas fotos de marinos.
Es aquí, como de costumbre, el miedo,
la lengua en cal viva de la mañana,
este huraño sometimiento
que dibujan los lechos y las sílabas.
A su borrada luz,
me cuesta imaginar otro silencio
para la muerte.
29.8.09
el esperado
El tiempo ayuda al mito de lo que no sucede.
Él vendrá o ha venido, no se sabe a fe cierta,
abundan los rumores mas no hay pruebas,
pudo ser aquel viejo de la capa raída
o el callado extranjero que no salió del cuarto
durante días, ¿quién podría asegurarlo?
Mejor no decir nada, mantener la vigilia,
dar órdenes precisas a guardias y aduaneros,
dibujar en el sueño el rostro de quien nunca
dio señales de vida ni declaró su nombre,
en la espera y deseo de que alguna mañana
se anuncie en una vuelta del camino,
incorpore su rostro a nuestro asombro
tan sólo por hallar a sus creadores,
por saber que fue cierta nuestra imaginación.
Él vendrá o ha venido, no se sabe a fe cierta,
abundan los rumores mas no hay pruebas,
pudo ser aquel viejo de la capa raída
o el callado extranjero que no salió del cuarto
durante días, ¿quién podría asegurarlo?
Mejor no decir nada, mantener la vigilia,
dar órdenes precisas a guardias y aduaneros,
dibujar en el sueño el rostro de quien nunca
dio señales de vida ni declaró su nombre,
en la espera y deseo de que alguna mañana
se anuncie en una vuelta del camino,
incorpore su rostro a nuestro asombro
tan sólo por hallar a sus creadores,
por saber que fue cierta nuestra imaginación.
28.8.09
albada
Y luego, a medianoche, mientras descendíamos
al valle llameante de Gijón,
a sus negros y carmesíes…
Seamus Heaney
al valle llameante de Gijón,
a sus negros y carmesíes…
Seamus Heaney
Cruzo entre naves industriales
y en el coche suena un canto hindú,
una plegaria, dijo el locutor,
Plegaria del amor universal,
el hilo de la voz abriendo el aire
en un ir y venir que se ensortija.
Ocho de la mañana,
una penumbra pálida
flota sobre las torres, los rieles, los talleres,
el ojo que vislumbra y discrimina,
la mano que conduce entre el cansancio universal
y ha olvidado escribir lo que no sabe.
Amanece despacio y con rencor,
a la espera de un tiempo de certezas,
el horario y su collar de nichos.
De nuevo el parpadeo de unos faros
me acompaña camino del trabajo,
hacia la negación que me alimenta.
Todo esto ya ha ocurrido, o volverá a ocurrir,
la noria gira al paso de una sombra
y esa sombra soy yo, tiene mi nombre,
me esconde o me suplanta:
la conozco en que sólo conoce lo inmediato,
lo que puede decirse o está dicho,
lo que prende a este lado de las cosas.
La mañana confirma otras mañanas,
reiterada y tenaz gira la noria
meciendo cada glóbulo de sangre,
los humores más nimios,
pero ya sin aviso el aire, como un genio solícito,
descuelga ante mis ojos
un cabo de plegaria, la cuerda de su canto
para que yo la atrape, me eleve sobre el día,
presida la extensión desangelada
que tampoco la distancia redime.
Es acaso una liana pendiente de las nubes,
la costura visible de este mundo
que desaprueba nuestro afán
y busca cómplices entre los desafectos:
mi golpe de muñeca
parece contentarla.
Canto sinuoso, monocorde,
que me lleva en volandas sobre la tierra,
apenas creo en él pero lo acepto,
acepto la verdad de su acontecer simple,
el pulso que me abstrae del presente
y sabe despertarme a lo que ignoro,
ese tiempo sin tiempo que las cosas esconden
con un celo de ramas que se apartan,
la médula de un mundo bien plantado
que ausculta mi presencia y me abre paso.
27.8.09
epílogo
Están sobre las sábanas,
inciertos,
desarbolados,
con su pose como de trapo. Una vez
giraron con violencia hasta hacerse invisibles,
esconderse uno del otro, pero ahora
se acogen a su sangre quieta,
su terquedad compartida. Les imanta
la luz en diagonal de la tarde de junio,
la luz y sus tenazas tenues
removiendo su porción de rescoldos.
Estuvo en ellos el desvelo, la voracidad,
se abrió la piel para cerrarse de un portazo
y una ráfaga de frío respiró desde ningún sitio
hacia los rostros en fuga.
No hay más. Nada ha cambiado.
Y luego los cuerpos,
la distancia entre los cuerpos.
inciertos,
desarbolados,
con su pose como de trapo. Una vez
giraron con violencia hasta hacerse invisibles,
esconderse uno del otro, pero ahora
se acogen a su sangre quieta,
su terquedad compartida. Les imanta
la luz en diagonal de la tarde de junio,
la luz y sus tenazas tenues
removiendo su porción de rescoldos.
Estuvo en ellos el desvelo, la voracidad,
se abrió la piel para cerrarse de un portazo
y una ráfaga de frío respiró desde ningún sitio
hacia los rostros en fuga.
No hay más. Nada ha cambiado.
Y luego los cuerpos,
la distancia entre los cuerpos.
26.8.09
credo
¿Y a qué, por quién
las preguntas?
La vida se disipa
en el sentido. No hay razones
o las razones nos evitan. Di mejor,
si es que decir te importa,
el fulgor de la tarde entre las ramas,
la floración del cielo y su descenso,
cuanto es asombro en la mirada
porque algo ha cruzado, y palpita,
y en el rumor ajeno de su sangre
pregunta y respuesta son una
con un golpe final que se te escapa.
las preguntas?
La vida se disipa
en el sentido. No hay razones
o las razones nos evitan. Di mejor,
si es que decir te importa,
el fulgor de la tarde entre las ramas,
la floración del cielo y su descenso,
cuanto es asombro en la mirada
porque algo ha cruzado, y palpita,
y en el rumor ajeno de su sangre
pregunta y respuesta son una
con un golpe final que se te escapa.
25.8.09
caza menor
Este gato que avanza sin herirse
sobre el muro cubierto de cristales,
lejos de su cojín y su platillo,
ha salido de caza. Le delata su nervio,
la encogida tensión con que vigila,
muñeco de un instinto equilibrista.
Luego caminará sobre la tierra negra,
entre hoyuelos de nieve y bayas secas,
con plumas en las zarpas o mascando vacío
–burlado por sus ganas–, pero hermoso igualmente
en la clara fiereza de su andar.
sobre el muro cubierto de cristales,
lejos de su cojín y su platillo,
ha salido de caza. Le delata su nervio,
la encogida tensión con que vigila,
muñeco de un instinto equilibrista.
Luego caminará sobre la tierra negra,
entre hoyuelos de nieve y bayas secas,
con plumas en las zarpas o mascando vacío
–burlado por sus ganas–, pero hermoso igualmente
en la clara fiereza de su andar.
24.8.09
diálogo en la sombra
En la noche, tu mirada abolida
espía entre juncales de negrura:
no acepta de las sombras
su indiferencia, su aparente
estar ajeno a quien
las mira. Piensa
–como piensa el mirar, absorto
bajo los párpados–
si es nada lo que no ve, o si nada
son sus ojos porque no ven.
¿Hay diferencia?
Porque duda o no sabe
sigue buscando, y en la duda
una lumbre modesta se abre paso,
pone su cal
al fondo de los ojos.
Quien mira sabe
que algo le está mirando.
Porque la noche lo permite,
no buscas en su negrura siluetas
ni bultos para desmentir la nada,
buscas sus ojos que te están buscando
sobre un hilo que entonces se ilumina.
espía entre juncales de negrura:
no acepta de las sombras
su indiferencia, su aparente
estar ajeno a quien
las mira. Piensa
–como piensa el mirar, absorto
bajo los párpados–
si es nada lo que no ve, o si nada
son sus ojos porque no ven.
¿Hay diferencia?
Porque duda o no sabe
sigue buscando, y en la duda
una lumbre modesta se abre paso,
pone su cal
al fondo de los ojos.
Quien mira sabe
que algo le está mirando.
Porque la noche lo permite,
no buscas en su negrura siluetas
ni bultos para desmentir la nada,
buscas sus ojos que te están buscando
sobre un hilo que entonces se ilumina.
23.8.09
desierto de los monegros
El coche en sombra bajo el tendejón
y flecos de maleza parda junto a las ruedas.
El sol de mediodía percute en el asfalto
y siembra el arenal de transparencias.
Dos muros desdentados,
una señal de tráfico,
restos de chapa y neumáticos rotos
son cuanto evoca
el tiempo de los hombres, su transcurso.
La botella de agua y tus gafas veladas.
Estar de paso es de repente
este paisaje alucinado,
esta incredulidad de diez minutos
que es otro modo de distancia
y convierte la vida en memoria precoz.
Dejas caer el agua por tu frente
y el pelo se te encrespa, más oscuro.
Has vuelto a abrir los ojos
y una sonrisa rompe el maleficio,
este breve paréntesis de insidia
que tiembla con el aire.
La mueca de tu alivio es una calma
y sé reconocer su contundencia.
Veloz hacia un destino
que nos llama sin conocernos,
el coche arranca y deja surcos en el arcén.
Queda sólo esta luz,
la aguja fiel de agosto
que horada cuanto toca,
más allá de nosotros.
y flecos de maleza parda junto a las ruedas.
El sol de mediodía percute en el asfalto
y siembra el arenal de transparencias.
Dos muros desdentados,
una señal de tráfico,
restos de chapa y neumáticos rotos
son cuanto evoca
el tiempo de los hombres, su transcurso.
La botella de agua y tus gafas veladas.
Estar de paso es de repente
este paisaje alucinado,
esta incredulidad de diez minutos
que es otro modo de distancia
y convierte la vida en memoria precoz.
Dejas caer el agua por tu frente
y el pelo se te encrespa, más oscuro.
Has vuelto a abrir los ojos
y una sonrisa rompe el maleficio,
este breve paréntesis de insidia
que tiembla con el aire.
La mueca de tu alivio es una calma
y sé reconocer su contundencia.
Veloz hacia un destino
que nos llama sin conocernos,
el coche arranca y deja surcos en el arcén.
Queda sólo esta luz,
la aguja fiel de agosto
que horada cuanto toca,
más allá de nosotros.
22.8.09
imán
En el cuarto en penumbra, el cerco de la lámpara
arde sobre la página, en los dedos
que aferran el cuaderno, recogidos,
y trazan nuevos signos con serena mudez.
La calle es la moldura de otro silencio. Nadie
bajo los sauces, bajo la farola
tibiamente alumbrada, en el frescor
de esta noche de junio, de esta noche en que velas.
Deslumbra, más que el foco, el blanco de la página.
Tu mano absorta ha detenido el tiempo.
Y más allá del cuarto está la noche
que imanta cuanto escribes, cuanto vino a escribirte.
arde sobre la página, en los dedos
que aferran el cuaderno, recogidos,
y trazan nuevos signos con serena mudez.
La calle es la moldura de otro silencio. Nadie
bajo los sauces, bajo la farola
tibiamente alumbrada, en el frescor
de esta noche de junio, de esta noche en que velas.
Deslumbra, más que el foco, el blanco de la página.
Tu mano absorta ha detenido el tiempo.
Y más allá del cuarto está la noche
que imanta cuanto escribes, cuanto vino a escribirte.
21.8.09
viejo poeta
Quien extravió la vida al recrearla
con secreta pasión, al hilo de palabras
que forjaron, tal vez, su limpio emblema,
vuelve a mirarte desde su cansancio,
donde la luz evita esas pupilas
que un antiguo fulgor encaneció.
El premio es la ceguera, el abandono.
Creer tocar la luz y que calcine.
No la paz satisfecha
que pudo confundir en otro tiempo
con la sabiduría o su inminencia,
cuando saber es la palabra
que nombra la derrota del deseo,
el temblor de unas manos en el aire.
con secreta pasión, al hilo de palabras
que forjaron, tal vez, su limpio emblema,
vuelve a mirarte desde su cansancio,
donde la luz evita esas pupilas
que un antiguo fulgor encaneció.
El premio es la ceguera, el abandono.
Creer tocar la luz y que calcine.
No la paz satisfecha
que pudo confundir en otro tiempo
con la sabiduría o su inminencia,
cuando saber es la palabra
que nombra la derrota del deseo,
el temblor de unas manos en el aire.
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