30.8.09

belfast, julio 1988

Hiere el sol
como un puñado de alfileres rotos:
la mañana es aquí, según vieja costumbre,
un fiel presentimiento de neblina
o una música ciega
que dice provenir del norte.
En algún sitio hay gente que oye misa
o entona dulces cantos de batalla
a un dios equivocado.
Entretanto, compruebo signos,
indicios tópicos y bien visibles
que hablan de una existencia sórdida:
tras los muros pintados
los escombros ocultan el hogar de otro tiempo:
los relojes del té, la cerámica ajada,
la gravedad del tiempo
en viejas fotos de marinos.
Es aquí, como de costumbre, el miedo,
la lengua en cal viva de la mañana,
este huraño sometimiento
que dibujan los lechos y las sílabas.
A su borrada luz,
me cuesta imaginar otro silencio
para la muerte.