19.8.09

principio del páramo

Éstos son los dominios de la greda y la escarcha.
Más allá del cristal y los cabos de cera
el alba es la insistencia creciente de sus ruidos,
el paso regular con que el tiempo revive.
Tras salir de la casa, torpes, desdibujados
por el insomnio, andamos por callejas
que extienden su ceguera sobre un páramo
incómodo, desnudo de sí, y nos sobresalta
el cuchillo del frío, el ladrido candente
de algún perro que lucha con el amanecer.
Insatisfecho, el plomo ha amordazado el cielo
y una lluvia muy fina nos desgasta los ojos,
confunde nuestras ropas con la piel.
Otra vez el temblor, como la incertidumbre,
es un indicio en nuestros corazones,
un eco que revive viejas debilidades.

Andamos tercamente olvidados de todo.
De vez en cuando algún gesto amistoso,
alguna frase astuta nos recuerda
que la noche fue pródiga en sentencias,
en juicios caprichosos como la juventud
y proclamas que a nada comprometen.
Ahora, sin embargo,
tan próximo a la médula oscura de este mundo,
tan ajeno a los sueños y la bondad soñada,
doy en pensar, o intuyo acaso,
que demasiada urgencia, demasiada impotencia
nos llevan a este oficio para cuidar el mundo,
la cómplice atención de la mirada,
ese distanciamiento que exige toda página
para reconciliarnos con la vida.